La de Emaus es la ruta
del desengaño y el desencanto. Aquellos hombres habían dejado todo
para seguir a Jesús y ahora abandonan la esperanza y regresan a su pueblo con el
alma llena de recuerdos y desengaños #lavidamisma El que tenía palabras de vida eterna ha
muerto, y con él aparentemente se fueron todas sus palabras y sus obras, es decir, se acabó la esperanza! Nosotros esperábamos..., dicen con
tristeza, con la murte de Jesús ha muerto también su esperanza. A nosotros
nos sucede lo mismo sin embargo esperar es siempre esperar contra toda
esperanza, que nos dice san Pablo, es saber que los hombres somos injustos pero que seguimos luchando
por la justicia, que somos egoístas pero seguimos luchando por el amor. ¡También
en el fracaso está Jesús como compañero de camino! Ahí también lo podemos
encontrar como entrañable compañero y hablar con él. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Jesús
está presente y no disfrazado. Son los ojos de los discípulos los que antes no
eran capaces, estaban impedidos para ver a Jesús, y después se abren y lo
reconocen. El itinerario de la fe entonces no consiste en la ausencia o presencia de
Jesús, cuya iniciativa y compañía están aseguradas en nuestro camino, sino en
ese deseo interior de verlo, de esta con él, de interactuar con él diariamente. Las
consecuencias del encuentro con Jesús son el encontrarse a sí
mismo -gozo, esperanza, paz-, el reencuentro con la comunidad y al final el deseo sincero de salir a servir a los demás. Al
final de aquel camino –ya en Emaus- los dos discípulos están renovados por
completo. Su comprensión de la vida es otra; hasta entonces veían en la
muerte el fracaso último de la Humanidad. ¿No
ardía nuestro corazón...? Se preguntan ahora, y ahí está la señal de la presencia
del Señor, la prueba de que él siempre nos toca –si nos dejamos- con su
Palabra; nunca como entonces nos sentimos tan indignos, y al mismo tiempo tan
felices. El camino a Emaus se repite pues allí donde existe un corazón que ha
conocido alguna vez al Señor • AE
(The name of this blgs is "The Wife's Meditation", the Wife is the Church, who silently meditates on the Word of Christ, her Husband)
¡Quédate con nosotros!
Arnaud de Moles, La Cena de
Emaús,
vitral de la Catedral basílica de Nuestra Señora Auch
(Francia)
...
Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.
Quédate.
¿Cómo te encontraremos
al declinar el día
si tu camino no es nuestro
camino?.
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido
el vino.
¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres
si no compartes nuestra mesa
humilde?.
Repártenos tu cuerpo
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre
el hombre.
Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro
y al sol abrirse paso por tu
frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la
mañana.
Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del
Espíritu.
Y limpia en lo más hondo
del corazón del hombre
tu imagen empañada por la
culpa.
Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.
Quédate •
J. L. Blanco Vega y
J.A. Espinosa
Entre flores e incienso y resucitado
Georges de la Tour, María Magdalena con llama humeante (ca. 1640),
óleo sobre tela (117.5 × 91.8 cm), Los Angeles County Musuem
of Art
...
Es el primer día de la semana, aún de madrugada, casi a oscuras, cuando
la fe aún no ha iluminado nuestro día ¡Nos parecemos tanto a María Magdalena! Estamos
confusos y llorosos viendo el vacío de una tumba, ese vacío interior que a
veces nos invade: cansancio de vivir, acciones sin sentido, rutina; esa
oscuridad que se produce cuando estamos en crisis y nuestras preguntas no
tienen respuesta; cuando sentimos que tal acontecimiento o nueva doctrina nos
quita eso seguro a lo que estábamos aferrados. ¿Y Jesús? ¿Por qué no está donde
lo habíamos dejado? Es la pregunta de la comunidad cristiana, atónita cuando
algo nuevo sucede y debe recomponer sus esquemas. Pedro y Juan corren. Pedro,
lo institucional de la Iglesia. Juan, el amor, la intimidad, la confianza. El
amor corre más ligero y llega antes, pero deja paso a la autoridad para que
investigue y averigüe qué ha pasado. Pedro observa con detenimiento todo, pero
no comprende, y Juan el discípulo tan querido, el que permaneció junto a la
cruz, el que vio cómo de su corazón salía sangre y agua, el que recibió a María
como madre... Juan que compartió el dolor de Cristo, vio y creyó. Intuyó qué había pasado porque el amor lo había
abierto más al pensamiento de Jesús. Pedro siempre había resistido a la cruz y
al camino de la humillación; el orgullo lo había distraído y no se decidía a
romper sus esquemas. Después junto al lago Jesús le pregunte si lo ama y le
proponga seguirlo por el mismo camino que conduce a la cruz, Pedro será
recuperado y además dará testimonio. La lección de hoy, pues, es sencilla: sólo
el amor puede hacernos ver a Jesús. Inútil es, como Pedro, investigar, hurgar
entre los lienzos, buscar explicaciones. La fe en el Señor es una experiencia que
llega a quienes escuchan el Evangelio y lo llevan a la práctica. Si no hay amor,
esta Pascua se quedará vacía, como la tumba. Si esta Pascua no nos hace más
hermanos, serán sólo palabras, y mentirosas. Si no vivimos haciendo el bien y curando a los oprimidos, ¿cómo vamos a testimonio
de Cristo? No nos preguntemos cuántos somos los cristianos en el mundo[1], lo
que realmente importa es cómo vivimos nuestra fe en ese Jesús a quien hoy
proclamamos entre flores e incienso resucitado de entre los muertos • AE
En resucitando
"Díjome entre otras cosas (Cristo) que en resucitando había visto a nuestra
Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y
traspasada, que aún no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo (por aquí
entendí esotro mi traspasamiento, bien diferente; mas ¡cuál debía ser el de la
Virgen!); y que había estado mucho con ella; porque había sido menester hasta
consolarla" • Santa Teresa de Jesús.
¡Ya torna, ya resucita, ya su olor inunda el cielo!
L. Monaco, Las tres Marías junto a la tumba, (1396),
manuscrito iluminado (46
x 48 cm) Musée du Louvre, (Paris)
...
La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierta,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerta.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
mas no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la Cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo. Amén •
Himno del Oficio de Laudes para el Domingo de Pascua
de la Liturgia de las Horas.
Silencio
Venid al
huerto, perfumes,
enjugad la
blanca sábana:
en el
tálamo nupcial
el Rey
descansa.
Muertos de
negros sepulcros,
venid a la
tumba santa:
la Vida
espera dormida,
la Iglesia
aguarda.
Llegad al
jardín, creyentes,
tened en
silencio el alma:
ya empiezan
a ver los justos
la noche
clara.
Oh
dolientes de la tierra,
verted aquí
vuestras lágrimas;
en la
gloria de este cuerpo
serán
bañadas.
Salve, cuerpo
cobijado
bajo las
divinas alas,
salve, casa
del Espíritu,
nuestra
morada. Amén
• Himno del
Oficio de Laudes
de la Liturgia de las Horas para el Sábado Santo
El Rey está durmiendo
Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un
gran silencio y -una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está
durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho
hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El
Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida.
Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la
muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está
cautivo, y a Eva, que está cautiva con él. El Señor hace su entrada donde están
ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán,
nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a
todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu
espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que
duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo. Yo soy tu
Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de
nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas:
"Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed
iluminados", y a los que estaban adormilados: "Levantaos." Yo te
lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que
estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo
soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi
efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque
tú en mí y yo en ti somos una sola cosa. Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo
tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo,
que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por
ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muer tos;
por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos
en un huerto y sepultado en un huerto. Mira los salivazos de mi rostro, que
recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu
rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen
mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte
de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con
clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente
una de tus manos hacia el árbol prohibido. Me dormí en la cruz, y la lanza
penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá
en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del
sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra
ti. Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en
cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí
comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida,
estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran;
ahora hago que te adoren en calidad de Dios. Tienes preparado un trono de
querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el
banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el
tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los
cielos». • Oficio de Lectura para el Sábado Santo. De una antigua Homilía sobre
el santo y grandioso Sábado.
El poder frente a la Verdad
En la mañana del viernes tiene lugar el encuentro entre Jesús y Pilatos;
allí, en el pretorio se encuentran frente a frente el representante del imperio
más poderoso y el profeta del reino de Dios, atado de manos. A Pilatos le
resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: ¿Con que tú eres rey?, le pregunta, y Jesús
responde con claridad: Mi reino no es de
este mundo. Jesús no busca la gloria, ni el aplauso, ni el reconocimiento, mucho
menos un trono. Pero no oculta la verdad: Soy
Rey. El suyo no es un reino como los demás ni sus seguidores somos sus legionarios:
somos sus discípulos, hombres y mujeres que, llenos de fragilidad, escuchamos su
mensaje y dedicamos nuestro mejor esfuerzo a dejar un mundo más lleno de verdad,
justicia y de amor. El reino de Jesús no es el reino de Pilatos. El prefecto vive
para extraer las riquezas y conducirlas a Roma. Jesús vive para servir, para ser
testigo de la verdad, ¿lo somos también sus discípulos? ¿Nos conducimos así? Al
seguir a Jesús no hemos de ser guardianes de la verdad, sino testigos; no hemos
de andar buscando las disputas, los combates y derrotar gloriosamente a
nuestros adversarios, sino mas bien vivir la verdad del evangelio y sobre todo comunicar
¡contagiar! la experiencia de Jesús
que nos está cambiando la vida. Y es que no somos propietario de la verdad,
sino testigos. ¿Vamos por la vida con la espada desenvainada imponiendo la doctrina,
controlando la fe de los demás, buscando tener la razón en todo? Mejor vivir
convirtiéndonos a Jesús, poniendo a los demás delante evangelio. Tengo para mí –que
ya me dirás quién me pregunto pero yo aquí lo dejo por si a alguien sirve, a mí
el primero- que en la Iglesia ¡Ay la Iglesia!- lograremos cambiar las cosas y
atraer a las personas cuando ellos vean que nuestro rostro, el de cada uno,
sobre todo el de los ministros se parece al rostro de Jesús, y que nuestra
vida, aun con miseria y fragilidad, recuerda a la vida de Jesús • AE
Jesús, mi paz, mi sueño
El Greco (Domenikos Theotokopoulos) El Expolio (c. 1577),
Sacristía de la catedral de Toledo (España).
...
Oh fuente de mi huerto
oh pozo de agua viva,
oh fresca y dulce vena
del Líbano venida,
Costado de mi Esposo
que mana por la herida,
oh fuente que yo quiero,
oh fuego de mi vida.
Los labios para el beso:
tu carne sin mancilla
y dentro de tu pecho
tu corazón palpita.
Llegar hasta tu sangre
mi sangre te lo grita;
mis labios ya me duelen
de sed enrojecida.
La sed de tu Costado,
el que una lanza hendía,
oh brecha que al desnudo
tu amor nos descubría;
beber, beberte ansío,
fluyente amor que limpia,
oh copa de la muerte,
oh sorbo de delicias.
Jesús, mi paz, mi sueño,
humanidad cumplida,
camino de la patria,
la senda más sencilla,
en ti, divino Esposo,
el corazón anida,
a ti la Luz, a ti,
los labios y mejillas. Amén •
Residiendo en Jerusalén (Convento Franciscano de La Flagelación,
1984-1987), una humilde religiosa contemplativa, capuchina, me escribía que en
Viernes Santo, al adorar la Cruz, se había atrevido a besar el costado de
Cristo. ¿No es demasiado atrevimiento?, preguntaba. La respuesta fue este
himno, o, más bien, amorosa plegaria de comunión. P. Rufino María Grández,
ofmcap, Jerusalén, 1985.
Los letreros, el camino y los sacerdotes.
Con el amor que llevo en el
corazón –el mismo corazón con el que amo a mis papás, a mis amigos, a mi comunidad- amo a mi madre la Iglesia, la católica. Nací en ella y en su seno
quiero llegar al fin de mi camino. Eso no quita que tenga amor también a otros
credos. Me siento identificado con quienes tienen otra fe que no es la
mía, y, hombre de poca fe que soy a ratos, especialmente con
aquellos que no tienen fe, sobre todo con los que
dicen no creer más en los sacerdotes, los mismos que se quedan extrañados cuando les digo
que yo –sacerdote desde hace dieciséis años- tampoco creo en los sacerdotes. Aún más: les recuerdo que los sacerdotes no aparecemos en la
Profesión de Fe, y que incluso no hay texto alguno del Magisterio de la Iglesia
que obligue a los fieles a creer en la persona de los sacerdotes, de los
obispos o del Papa. Los católicos creemos en Dios –Padre, Hijo y Espíritu
Santo-, creemos también en la Iglesia, y dentro de ella, en el sacerdocio, pero
jamás nadie nos obligará a creer en ningún sacerdote concreto. No vamos a negar
que dentro del clero –como en cualquier otro grupo humano- haya personas que
nos quedamos muy lejos de lo que se espera de nosotros. Los sacerdotes estamos
hechos del mismo barro que los demás. Si uno de nosotros tiene un fallo, pronto
lo sabe la ciudad entera, pero si aguantamos firmes ¿quién lo nota? El tema va
mucho más allá. Yo me pregunto ¿es que hemos dado demasiada importancia en la
Iglesia a los sacerdotes? Personalmente pienso que sí. Los sacerdotes somos una
parte importante, servimos nada más y nada menos que para repartir la Palabra
de Dios y para hacer presente a Jesucristo en medio de la comunidad. Pero
importantes somos porque hablamos de Cristo o porque traemos a Cristo al altar,
no por lo que valemos por nosotros mismos. Un sacerdote vale tanto como el
cristal del vaso donde se bebe agua. Cuando bebemos un vaso de agua digo que
bebo un vaso de agua, pero en realidad lo que bebo no es el vaso, sino el agua.
El vaso es lo que ha sido útil para beber el agua, ya que sin él, el agua se
habría derramado. El vaso es algo que, después de ser útil se deja de lado
porque ya ha cumplido su misión. Con nosotros ocurre lo mismo. En el tema de
los sacerdotes se puede hablar de más y de menos. De más termina en clericalismo,
enfermedad terrible de los que creen que los sacerdotes somos todo y nos elevan
a niveles insospechados de santidad y perfección. El clerical es el que en
lugar de fiarse ante todo y sobre todo de Jesucristo, se fía ante todo y sobre
todo del sacerdote. Y claro, luego vienen las desilusiones, porque los
sacerdotes somos de carne y hueso. En el otro extremo está el anticlericalismo,
pero como los extremos se tocan, los anticlericales suelen parecerse muchísimo
a los clericales. Porque no se limitan a criticar en los sacerdotes todo cuanto
tiene de criticable, sino que terminan por alejarse de Jesucristo, porque dicen
que no les gustan los sacerdotes. Tienen tan poca lógica como el señor que nunca
se sube en un autobús porque una vez se encontró con un conductor antipático. In medio, virtus. Jesucristo en el
centro, y allá, lejos, siendo útiles en tanto en cuanto ayudamos a llegar a
Jesús, los sacerdotes. ¿Estoy despreciando a los sacerdotes o el sacerdocio
ministerial? ¡No! Idiota sería después de haber dedicado lo que va de mi vida a
serlo lo mejor que he sabido. Me siento contento y agradecido con Dios por el
don de mi sacerdocio. Me siento, sí, también, muy avergonzado de serlo tan
mediocre y de haber cometido docenas de imprudencias en mi camino ministerial,
pero al final del día feliz de serlo. Pienso que no hay misión mejor en esta
vida que mostrar a los demás el camino por el que se va a Jesús. Y si alguien
descubre dentro de sí esa llamada, que se considere feliz y afortunado. Con
todo esto lo que quiero decir es que no se debe confundir la mano que señala el
camino hacia Jesús con Jesús mismo. Alguien ha dicho que los sacerdotes somos
como esos letreros que en las carreteras, dicen: Sebastopol, ciento cuarenta
kilómetros. Señalan por dónde se va a Sebastopol, pero ellos mismos no van.
¿También los sacerdotes señalamos el camino por el que se va a Cristo, pero
luego somos tan cobardes que no vamos hacía él? Sin duda ¡Y cuántos pecados
tenemos! Sin embargo lo importante de una señal de carretera es que señale bien
la dirección. El error sería sentarse encima de ese letrero en lugar de seguir
la dirección que él marca. El Jueves Santo, el día en que celebramos la
institución de la Eucaristía y el Orden Sacerdotal, suba nuestra oración a Dios
Padre en acción de gracias; suba nuestra oración como el incienso del altar, y
descienda sobre cada uno de Sus sacerdotes su misericordia, para que cada día
nos parezcamos más a su hijo, Sumo y Eterno Sacerdote • AE
Dos entregas. Dos amores.
En la noche del Jueves hay
dos entregas. La de Judas, que tiene detrás unas pocas monedas. Y la entrega de Jesús. Él no
vende a nadie, se da él mismo; él no busca el interés, ni el dinero, ni la
ganancia, sino la vida para sus amigos, el testimonio que les dará fuerza y
ánimo para seguir sus pasos, la ratificación, con su carne y su sangre, de que
sus palabras no son sólo palabras, ni utopías, ni ilusiones, sino realidades
tan auténticas y tan serias que, por ellas, se puede pagar un precio tan caro
como el dar la propia vida. Y así, en ese gesto de amor sobre el pan y el vino
Jesús se deja a sí mismo para permanecer siempre con los suyos, para que nunca
se encuentren solos ni desamparados en medio del duro combate de la vida.
Frente a uno que vende, que le vende a él por unas monedas, Jesús se da,
se ofrece gratuitamente; se quiere quedar para siempre con los suyos, y de hecho se
queda. Vender o darse; interés u ofrecimiento: esta es la disyuntiva de nuestra
vida. Día a día se repite el drama de la última cena ¿cuál es el papel que
tomamos, el de Judas o el Jesús? Dede la comodidad del desktop y con una humeante taza de café es fácil afirmar que nunca nos pondríamos en lugar de Judas pero ¿en realidad es así? ¿A favor de quién estamos ? ¿De aquellos a quienes la sociedad desprecia y no toma en cuenta? ¿A favor del anciano al que despacharon al asilo para que no moleste en casa; a favor del que no tiene dónde comer ni dormir? ¿A favor del que está
en la cárcel –justa o injustamente- del drogadicto, de la madre soltera, del
homosexual, de la prostituta? ¿Estamos a favor del inmigrante salvadoreño? El hacer algo por los demás es en realidad la
única manera de saber en lugar de quién nos ponemos, y e que en las palabras
del Señor no hay grises, o es blanco o es negro: porque tuve hambre y me diste
de comer... cada vez que lo hacías a uno de los más pequeños, me lo hacías a mí [1].
Si ante la imagen del Señor dándose a los hombres -primero lavándoles los pies,
luego quedándose para siempre en el Pan- no nos tomamos en serio nuestra
conversión, si ante este Jesús que se entrega, nosotros
somos incapaces de ponernos en su lugar, habría que empezarnos a preguntar cómo fue que el corazón se nos puso distante y frío. El evangelio de eta tarde de Jueves Santo no es una parábola
más o un milagro más, o una reflexión más, es Jesús mismo dándose a los
hombres, e inaugurando una nueva era: la de los hijos de Dios, hermanos de los
hombres, de buenos y malos, de puros e impuros, de justos e injutos, de todos
aquellos sobre los que Dios hace salir su sol y bajar su lluvia • AE
¡Véante mis ojos!
Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines,
flor de serafines;
Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.
No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;
Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego •
Véante mis ojos es una
coplilla popular amorosa. A veces se le atribuye a Teresa de Jesús, aunque en realidad no es suya, aunque sí que aparece en un conocido episodio de su vida. En el
convento de Salamanca había entrado una novicia con muy buena voz, con dotes
para la música y el verso: Isabel de Jesús. Una tarde de Pascua de Resurrección de 1571, Teresa de Jesús
se encontraba sumida en un estado espiritual de gran soledad, y estando en la
recreación, Isabel de Jesús, empezó a cantar estas coplas y que gustaron mucho
a la santa Madre. Es todo lo que sabemos, y no hace falta saber más.
La Pasión y la eutanasia
Cuando llegamos a la Semana
Santa y nos detenemos aunque sea un momento en la Pasión del Señor, viene pronto
a la mente el sufrimiento físico que padeció Jesús en la noche del jueves y la
mañana del viernes, antes de morir en la cruz. Debemos un poco más allá. El
término pasión viene del latín passio, que hace referencia a pasividad,
es decir, a aquello que se realiza sin la actividad directa del sujeto. Es así cómo
los relatos de la Pasión describen entonces lo que Jesús hizo a través de su pasividad, o mejor dicho, de su sufrimiento
pasivo, de la misma forma que, antes, los evangelios nos contaron lo que Jesús
hizo durante los su vida publica de manera, digámoslo así, activa. Cuando Jesús
es apresado en el huerto en la noche del Juves Santo, él empieza a vivir de
forma, de una manera muy similar a muchas personas que hoy están en camas de hospitales, o en
casa, esperando a ser visitados por la muerte. En esa pasividad de la noche del
jueves y en el camino de la cruz en la mañana del viernes el Señor nos regala
una serie de cosas que no nos había
dado antes durante su vida publica: paciencia, serenidad, mansedumbre. Es este
sin duda un misterio al que debemos de acercarnos con cuidado, con atención y con
temor. Todo lo que contemplamos en el Triduo Pascual es un regalo que nace de
la pasividad del Señor, se su pasión, y es muy parecido a la paciencia y al
amor que florecen en los lechos de los enfermos y las sillas en las que
descansan nuestros ancianos. Hoy, en una sociedad que tiende a identificar
valor con utilidad, acción, y trabajo, no sorprende el hecho de que cada vez se
hable más de la eutanasia como "muerte con dignidad". “¿De qué sirve
un viejo o un enfermo que ya no se van a recuperar y que por lo tanto ya no
aportan nada útil o nada valioso?”, se pregunta la gente. La respuesta hay que
buscarla esa pasividad con la que el Señor vivió sus últimos dos días. Con su
pasión y muerte nos alcanzó algo muchísimo más profundo que lo que nos dió durante
su vida publica –también valioso, dede luego-, nos alcanzo la redención y el perdón
de todos nuestros pecados. Su muerte pues, no fue sólo digna, sino también y
para siempre profundamente útil para todos los que formamo parte de la familia
humana • AE
¡Ay si el borrico lo supiera...!
Este borrico no sabe
el Borriquero que lleva:
¡oh divino Caballero,
que en un borrico te asientas...!
¡Si el borrico lo supiera...!
Nunca tuvo a un hombre encima,
porque ésta es la vez primera,
y le ha tocado ser silla
del Hombre-Dios en la tierra.
¡Si el borrico lo supiera...!
Con su pelito mullido
a una cuna se asemeja;
ya Jesús huele a pesebre,
que Encarnación le recuerda.
¡Si el borrico lo supiera...!
Camina con alegría
el borrico que se estrena,
y con ojos infantiles
mira a derecha e izquierda.
¡Si el borrico lo supiera...!
Sus pezuñas marcan paso,
pero no tocan la tierra,
que va pisando los mantos
que los discípulos echan
¡Si el borrico lo supiera...!
Va pisando corazones,
mientras cabalga y alienta:
el mío también lo pisa,
mi sangre que a Cristo besa.
¡Si el borrico lo supiera...!
Y Jesús, alma de niño,
fuego de Dios y profeta,
envuelto en adoraciones
a su pueblo se presenta
¡Si el borrico lo supiera...!
¿Por qué eres así, Jesús,
con alma tan fuerte y tierna?
¿Por qué tuviste al final
esa divina ocurrencia?
¡Si el borrico lo supiera...!
¿Por qué eres de enamorar
en borrico de faena?
¿Por qué eres un Dios humano
tan cerca, tan cerca-cerca...?
¡Si el borrico lo supiera...!
Una caricia le hiciste
con tu mano a su cabeza,
y con cariño aldeano
le miraste las orejas.
¡Si el borrico lo supiera...!
¡Ya viene el Rey anunciado,
Mesías de las promesas!
Miradle glorioso y bello,
que en un pollino se acerca.
¡Si el borrico lo supiera...!
Jesús de mis labios y ojos,
Jesús de la tumba nueva:
beso tus pies adorables
y la bestia que te lleva.
¡Si el borrico lo supiera...!
...
Este poemita, dedicado al borrico (o la borrica) que llevó a Jesús, no
es, evidentemente un himno litúrgico. Es un romancillo festivo con el sonsonete
“¡Si el borrico lo supiera…!” para manifestar, de esta manera, a través de un
animalito nuestro cariño a Jesús. No es para la liturgia; acaso sí para la
catequesis. Es simplemente una poesía (P. Rufino María Grández, ofmcap. Cuautitlán
Izcalli, México, Noviembre 2004)
El tejido de contrastes, luces, e incoherencias.
Ramos y Pasión. Así es nuestra vida humana, llena de contrastes. La celebración
de éste domingo tiene palabras, sentimientos y tonalidades muy diferentes, casi
contradictorias: triunfo, pero con nubes de traición y de muerte en el horizonte;
procesión festiva de ramos y a la vez el relato de la Pasión del Señor; gritos
de alabanza y subida al Calvario. En menos palabras: gozo y tristeza, vida y
muerte, como nuestra vida que está tejida de contrastes, luces, contradicciones
e incoherencias. Cada uno vamos caminando con ramos de la bondad pero también
cargando la cruz del pecado y la desgracia. La celebración de este domingo nos
regala una luz y una fuerza diferentes. Si el júbilo de la entrada en Jerusalén
se puede ver oscurecida por las negras nubes de la Pasión y de la Cruz, hemos
de ver más allá: a Dios que resucita a Jesús, que enaltece al hombre humillado,
al hombre anonadado. Los días de la Semana Santa pueden ser una buena
oportunidad para contemplar al Señor que ha asumido la vida humana plenamente,
enteramente, completamente, con dolor y muerte incluidos. Y nuestra
contemplación de Cristo sólo será auténtica –no sólo un sueño piadoso- si nos
hace más humanos, si nos ayuda a asumir y cargar los dolores de la vida, a
luchar por para disminuir el sufrimiento de
los demás; a vivir nuestra vida, a veces marcada por las nubes y la
tempestad, con esperanza en el corazón,
una esperanza que no es solo un estado psicológico #wishfulthinking sino la
fuerza diaria para ver la vida con los ojos de Cristo, para amar a todos con su
corazón, dejándonos arrastrar por la fuerza de su Espíritu. Estemos donde
estemos los próximos días es posible celebrar la Semana Santa, es posible
contemplar a Cristo[1].
Quizá no podamos asistir a las celebraciones litúrgicas pero no habrá ninguna
situación que nos impida revivir a Cristo, renovando dentro de nosotros sus
sentimientos y actitudes. Los ramos nos llevarán al aleluya de la Pascua • AE
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