Cuando llegamos a la Semana
Santa y nos detenemos aunque sea un momento en la Pasión del Señor, viene pronto
a la mente el sufrimiento físico que padeció Jesús en la noche del jueves y la
mañana del viernes, antes de morir en la cruz. Debemos un poco más allá. El
término pasión viene del latín passio, que hace referencia a pasividad,
es decir, a aquello que se realiza sin la actividad directa del sujeto. Es así cómo
los relatos de la Pasión describen entonces lo que Jesús hizo a través de su pasividad, o mejor dicho, de su sufrimiento
pasivo, de la misma forma que, antes, los evangelios nos contaron lo que Jesús
hizo durante los su vida publica de manera, digámoslo así, activa. Cuando Jesús
es apresado en el huerto en la noche del Juves Santo, él empieza a vivir de
forma, de una manera muy similar a muchas personas que hoy están en camas de hospitales, o en
casa, esperando a ser visitados por la muerte. En esa pasividad de la noche del
jueves y en el camino de la cruz en la mañana del viernes el Señor nos regala
una serie de cosas que no nos había
dado antes durante su vida publica: paciencia, serenidad, mansedumbre. Es este
sin duda un misterio al que debemos de acercarnos con cuidado, con atención y con
temor. Todo lo que contemplamos en el Triduo Pascual es un regalo que nace de
la pasividad del Señor, se su pasión, y es muy parecido a la paciencia y al
amor que florecen en los lechos de los enfermos y las sillas en las que
descansan nuestros ancianos. Hoy, en una sociedad que tiende a identificar
valor con utilidad, acción, y trabajo, no sorprende el hecho de que cada vez se
hable más de la eutanasia como "muerte con dignidad". “¿De qué sirve
un viejo o un enfermo que ya no se van a recuperar y que por lo tanto ya no
aportan nada útil o nada valioso?”, se pregunta la gente. La respuesta hay que
buscarla esa pasividad con la que el Señor vivió sus últimos dos días. Con su
pasión y muerte nos alcanzó algo muchísimo más profundo que lo que nos dió durante
su vida publica –también valioso, dede luego-, nos alcanzo la redención y el perdón
de todos nuestros pecados. Su muerte pues, no fue sólo digna, sino también y
para siempre profundamente útil para todos los que formamo parte de la familia
humana • AE
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