Con el amor que llevo en el
corazón –el mismo corazón con el que amo a mis papás, a mis amigos, a mi comunidad- amo a mi madre la Iglesia, la católica. Nací en ella y en su seno
quiero llegar al fin de mi camino. Eso no quita que tenga amor también a otros
credos. Me siento identificado con quienes tienen otra fe que no es la
mía, y, hombre de poca fe que soy a ratos, especialmente con
aquellos que no tienen fe, sobre todo con los que
dicen no creer más en los sacerdotes, los mismos que se quedan extrañados cuando les digo
que yo –sacerdote desde hace dieciséis años- tampoco creo en los sacerdotes. Aún más: les recuerdo que los sacerdotes no aparecemos en la
Profesión de Fe, y que incluso no hay texto alguno del Magisterio de la Iglesia
que obligue a los fieles a creer en la persona de los sacerdotes, de los
obispos o del Papa. Los católicos creemos en Dios –Padre, Hijo y Espíritu
Santo-, creemos también en la Iglesia, y dentro de ella, en el sacerdocio, pero
jamás nadie nos obligará a creer en ningún sacerdote concreto. No vamos a negar
que dentro del clero –como en cualquier otro grupo humano- haya personas que
nos quedamos muy lejos de lo que se espera de nosotros. Los sacerdotes estamos
hechos del mismo barro que los demás. Si uno de nosotros tiene un fallo, pronto
lo sabe la ciudad entera, pero si aguantamos firmes ¿quién lo nota? El tema va
mucho más allá. Yo me pregunto ¿es que hemos dado demasiada importancia en la
Iglesia a los sacerdotes? Personalmente pienso que sí. Los sacerdotes somos una
parte importante, servimos nada más y nada menos que para repartir la Palabra
de Dios y para hacer presente a Jesucristo en medio de la comunidad. Pero
importantes somos porque hablamos de Cristo o porque traemos a Cristo al altar,
no por lo que valemos por nosotros mismos. Un sacerdote vale tanto como el
cristal del vaso donde se bebe agua. Cuando bebemos un vaso de agua digo que
bebo un vaso de agua, pero en realidad lo que bebo no es el vaso, sino el agua.
El vaso es lo que ha sido útil para beber el agua, ya que sin él, el agua se
habría derramado. El vaso es algo que, después de ser útil se deja de lado
porque ya ha cumplido su misión. Con nosotros ocurre lo mismo. En el tema de
los sacerdotes se puede hablar de más y de menos. De más termina en clericalismo,
enfermedad terrible de los que creen que los sacerdotes somos todo y nos elevan
a niveles insospechados de santidad y perfección. El clerical es el que en
lugar de fiarse ante todo y sobre todo de Jesucristo, se fía ante todo y sobre
todo del sacerdote. Y claro, luego vienen las desilusiones, porque los
sacerdotes somos de carne y hueso. En el otro extremo está el anticlericalismo,
pero como los extremos se tocan, los anticlericales suelen parecerse muchísimo
a los clericales. Porque no se limitan a criticar en los sacerdotes todo cuanto
tiene de criticable, sino que terminan por alejarse de Jesucristo, porque dicen
que no les gustan los sacerdotes. Tienen tan poca lógica como el señor que nunca
se sube en un autobús porque una vez se encontró con un conductor antipático. In medio, virtus. Jesucristo en el
centro, y allá, lejos, siendo útiles en tanto en cuanto ayudamos a llegar a
Jesús, los sacerdotes. ¿Estoy despreciando a los sacerdotes o el sacerdocio
ministerial? ¡No! Idiota sería después de haber dedicado lo que va de mi vida a
serlo lo mejor que he sabido. Me siento contento y agradecido con Dios por el
don de mi sacerdocio. Me siento, sí, también, muy avergonzado de serlo tan
mediocre y de haber cometido docenas de imprudencias en mi camino ministerial,
pero al final del día feliz de serlo. Pienso que no hay misión mejor en esta
vida que mostrar a los demás el camino por el que se va a Jesús. Y si alguien
descubre dentro de sí esa llamada, que se considere feliz y afortunado. Con
todo esto lo que quiero decir es que no se debe confundir la mano que señala el
camino hacia Jesús con Jesús mismo. Alguien ha dicho que los sacerdotes somos
como esos letreros que en las carreteras, dicen: Sebastopol, ciento cuarenta
kilómetros. Señalan por dónde se va a Sebastopol, pero ellos mismos no van.
¿También los sacerdotes señalamos el camino por el que se va a Cristo, pero
luego somos tan cobardes que no vamos hacía él? Sin duda ¡Y cuántos pecados
tenemos! Sin embargo lo importante de una señal de carretera es que señale bien
la dirección. El error sería sentarse encima de ese letrero en lugar de seguir
la dirección que él marca. El Jueves Santo, el día en que celebramos la
institución de la Eucaristía y el Orden Sacerdotal, suba nuestra oración a Dios
Padre en acción de gracias; suba nuestra oración como el incienso del altar, y
descienda sobre cada uno de Sus sacerdotes su misericordia, para que cada día
nos parezcamos más a su hijo, Sumo y Eterno Sacerdote • AE
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