En la noche del Jueves hay
dos entregas. La de Judas, que tiene detrás unas pocas monedas. Y la entrega de Jesús. Él no
vende a nadie, se da él mismo; él no busca el interés, ni el dinero, ni la
ganancia, sino la vida para sus amigos, el testimonio que les dará fuerza y
ánimo para seguir sus pasos, la ratificación, con su carne y su sangre, de que
sus palabras no son sólo palabras, ni utopías, ni ilusiones, sino realidades
tan auténticas y tan serias que, por ellas, se puede pagar un precio tan caro
como el dar la propia vida. Y así, en ese gesto de amor sobre el pan y el vino
Jesús se deja a sí mismo para permanecer siempre con los suyos, para que nunca
se encuentren solos ni desamparados en medio del duro combate de la vida.
Frente a uno que vende, que le vende a él por unas monedas, Jesús se da,
se ofrece gratuitamente; se quiere quedar para siempre con los suyos, y de hecho se
queda. Vender o darse; interés u ofrecimiento: esta es la disyuntiva de nuestra
vida. Día a día se repite el drama de la última cena ¿cuál es el papel que
tomamos, el de Judas o el Jesús? Dede la comodidad del desktop y con una humeante taza de café es fácil afirmar que nunca nos pondríamos en lugar de Judas pero ¿en realidad es así? ¿A favor de quién estamos ? ¿De aquellos a quienes la sociedad desprecia y no toma en cuenta? ¿A favor del anciano al que despacharon al asilo para que no moleste en casa; a favor del que no tiene dónde comer ni dormir? ¿A favor del que está
en la cárcel –justa o injustamente- del drogadicto, de la madre soltera, del
homosexual, de la prostituta? ¿Estamos a favor del inmigrante salvadoreño? El hacer algo por los demás es en realidad la
única manera de saber en lugar de quién nos ponemos, y e que en las palabras
del Señor no hay grises, o es blanco o es negro: porque tuve hambre y me diste
de comer... cada vez que lo hacías a uno de los más pequeños, me lo hacías a mí [1].
Si ante la imagen del Señor dándose a los hombres -primero lavándoles los pies,
luego quedándose para siempre en el Pan- no nos tomamos en serio nuestra
conversión, si ante este Jesús que se entrega, nosotros
somos incapaces de ponernos en su lugar, habría que empezarnos a preguntar cómo fue que el corazón se nos puso distante y frío. El evangelio de eta tarde de Jueves Santo no es una parábola
más o un milagro más, o una reflexión más, es Jesús mismo dándose a los
hombres, e inaugurando una nueva era: la de los hijos de Dios, hermanos de los
hombres, de buenos y malos, de puros e impuros, de justos e injutos, de todos
aquellos sobre los que Dios hace salir su sol y bajar su lluvia • AE
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