Buenas noticias y misioneros y cosas asín



Aunque lo olvidamos una y otra vez, la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Por eso es peligroso concebirla como una institución fundada para cuidar y desarrollar su propia religión. Responde mejor al deseo original de Jesús la imagen de un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envío: saliendo de sí misma, pensando en los demás, sirviendo al mundo la Buena Noticia de Dios. «La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad, decía Papa Benedicto. Por eso es hoy tan peligrosa la tentación de replegarnos sobre nuestros propios intereses, nuestro pasado, nuestras adquisiciones doctrinales, nuestras prácticas y costumbres. Más todavía, si lo hacemos endureciendo nuestra relación con el mundo. ¿Qué es una Iglesia rígida, anquilosada, encerrada en sí misma, sin profetas de Jesús ni portadores del Evangelio? Esta es la gran noticia: Dios está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida. Pero no basta afirmar una verdad para que sea atractiva y deseable. Es necesario revisar nuestra actuación: ¿qué es lo que puede llevar hoy a las personas hacia el Evangelio?, ¿cómo pueden captar a Dios como algo nuevo y bueno? Seguramente nos falta amor al mundo actual y no sabemos llegar al corazón del hombre y la mujer de hoy. No basta predicar sermones desde el altar. Hemos de aprender a escuchar más, acoger, curar la vida de los que sufren... solo así encontraremos palabras humildes y buenas que acerquen a ese Jesús cuya ternura insondable nos pone en contacto con Dios, el Padre Bueno de todos. La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas solo porque no aceptan nuestro mensaje. Pero ¿cómo lo aceptarán si no se sienten comprendidos por quienes nos presentamos en nombre de Jesús? Un buen fin de semana –Holiday, además, en los Estados Unidos- para pensarlo y poner manos a la obra • AE

Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?


Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio del evangelio como un, digamos, constante examen de conciencia para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesárea de Filipo: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?. Y es que si dejamos apagar nuestra fe en Jesús perderemos nuestra identidad, es decir no acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad. La verdad es que no vivimos en una época fácil, justo por eso si no volvemos al Señor con más verdad y fidelidad la desorientación nos irá paralizando y nuestras palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es el quid de todo, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos? Confesamos, como Pedro es el Mesías de Dios, el Enviado del Padre, y es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús, pero ¿Sabemos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones? Lo confesamos también como Hijo de Dios. Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos, pero ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos? Y cuando decimos todos, es todos. También aquellos que nos parecen “malos”. Llamamos a Jesús Salvador porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es esta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es esta la paz que se contagia desde nuestras comunidades? Confesamos a Jesús como nuestro único Señor y predicamos que no queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos pero ¿realmente ocupa Jesús el centro de nuestras vidas? ¿Le damos primacía absoluta? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir? Nuestra gran tarea es reafirmar la centralidad del Señor en su Iglesia y luego, por consiguiente, en la vida de cada uno. Todo lo demás viene después • AE


Un buen (y grande) lugar en el corazón de Dios



Por qué o para qué invita Simón al Señor a su casa? El texto no nos lo cuenta. Quizá quiere preguntar algo; Jesús lleva tiempo con fama de profeta entre la gente. El Señor acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios. Durante la comida sucede algo que Simón no había previsto. Una prostituta de la localidad interrumpe, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso. Simón contempla horrorizado la escena. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartarla rápidamente de Jesús. Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego la invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús solo le desea que viva en paz: Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz. El Evangelio con mucha frecuencia resalta la cercaía de Jesús con los más excluidos por casi todos: prostitutas, recaudadores, leprosos… Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es solo una: son los más necesitados de acogida, dignidad y amor. Algún día tendremos que revisar, a la luz de este comportamiento del Señor cuál es nuestra actitud en nuestras comunidades ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia, como si para nosotros no existieran. Así tal cual. No son pocas las preguntas que nos podemos hacer: ¿Dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la del Señor? ¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él? ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente? ¿Con quiénes pueden compartir su fe con paz y dignidad? ¿Quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todos? • AE

Viudas y lágrimas y compasión y cosas asín


Cuando el Señor llega a Naín se encuentra con un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo. En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también este acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella? El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios. No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: No llores. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir. No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: Muchacho, a ti te lo digo, levántate. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús lo entrega a su madre para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola. Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús sino que nos invita a ver -¡a contemplar!- la revelación de Dios como Misterio de compasión, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente. En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato del Señor: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Esta compasión es hoy más necesaria que nunca, pero no una compasión como la de Mariquita la Sabihonda. La Iglesia –la voz es la de Papa Francisco- tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno [1]. Sabe bien que Jesús mismo se presenta como Pastor de cien ovejas, no de noventa y nueve. Las quiere todas. A partir de esta consciencia, se hará posible que a todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros [2]. En muchos lugares todo importa menos el sufrimiento de las víctimas, todo funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. El sufrimiento de los demás ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando •AE



[1] Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 12: AAS 107 (2015), 407.
[2] Cfr. Ibíd., 5: 402

Piedras y perdones


¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

La adúltera, la mujer
frágil, tierna criatura,
lloraba su desventura
queriendo no recaer.

Y aunque fuera sorprendida,
en lazos de su pasión,
su más grande corazón
gemía por otra vida.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Ya la Ley de Moisés
se levanta a hacer justicia:
si hay pecado, no hay franquicia,
que el pecado es lo que es.

Y los justos fariseos,
piden la justa condena
para extirpar la gangrena
de los impuros deseos.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

El que sea sin pecado
lance la piedra mortal,
y muera de muerte fatal
el pecador imputado.

Y del más viejo al menor
todos se fueron a escape,
no sea que alguien destape
tanta inmundicia interior.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Jesús, llamado perdón,
dulce palabra del cielo,
tu amor es divino celo,
pero no condenación.

El único que podía
dar a la adúltera muerte,
quiso cambiar nuestra suerte
y por todos moriría.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Y por mí murió mi amado,
Jesús, el todo inocente,
y se entregó libremente
a la cruz que me ha salvado.

¡Déjame, Jesús, llorar
de gratitud y dulzura,
y en tu pecho, en la hendidura,
déjame, Jesús, morar! Amén.

• P. Rufino María Grández, ofmcap.
Puebla de los Ángeles, 15 marzo 2010

Pregunta desnuda; directo al corazón


G. F. Barbieri (Guercino), Cristo con la mujer sorprendida en adulterio (1621), 
óleo sobre tela, Galería Dulwich.

Una de las preguntas desnudas del evangelio (sic) es la que le hace Jesús a la mujer sorprendida en adulterio: ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?[1]. A quien le gusta acusar, embriagándose con los defectos de los demás, cree que salva la verdad lapidando a quienes se equivocan. Pero de este modo nacen las guerras, se generan conflictos entre las naciones y entre las persona. El nombre de aquella mujer no nos fue revelado porque representa a todos. Los fariseos de todas las épocas colocan-¡colocamos!- el pecado en el centro de la relación con Dios, pero la Escritura no es un ídolo o un tótem, es decir, exige inteligencia y corazón. Los poderes que no dudan en usar a una vida humana y a la religión ponen a Dios contra el hombre. Y así llegamos a la tragedia del integrismo el fanatismo, la cerrazón de corazón y el humillar y hasta matar a quien se equivoca o incluso quien no piensa como nosotros. El Señor tiene poca paciencia con los hipócritas, los que llevan máscaras, los que tienen un corazón doble, los comediantes de la fe; los acusadores y a los jueces. El genio del cristianismo está, en cambio, en el abrazo entre Dios y el hombre: materia y espíritu se encuentran. Por eso la enfermedad que Jesús más teme y combate es el corazón de piedra de los hipócritas[2], que maltratan a una persona culpable o inocente, con las piedras o con el poder, negando la presencia de Dios que vive en esa persona. En este momento de la vida del Señor vemos aquello que siglos después escribiría San Ambrosio: Donde hay misericordia allí está Dios; donde hay rigor y severidad quizá estén los ministros de Dios, pero Dios no está ahí. El Señor se levanta ante la adúltera, como se levanta ante una persona esperada e importante. Se levanta para estarle cerca y le habla. Nadie le había hablado antes. Su historia, su íntimo tormento no interesaban a nadie. En cambio Jesús toma con cuidado lo íntimo de su alma; a él no le interesa el remordimiento, sino la sinceridad del corazón. Su perdón es sin condiciones, sin cláusulas, sin “oye, y cuidadín con…”. Con su perdón rompe la cadena ligada a la idea de un Dios que condena y al que le gusta la venganza, justificando la violencia. El núcleo del relato no es el pecado que hay que condenar o perdonar. En el centro no está ahí, en el mal, sino en un Dios más grande que nuestro corazón; un Dios que no vuelve banal la culpa, sino que hace que el hombre vuelva a partir desde donde se ha detenido. El Señor con su amor y su misericordia nos abre senderos, vuelve a ponernos sobre el camino justo, ayudándonos a dar un paso hacia adelante. Vete y de ahora en adelante no peques más. Son las palabras que bastan para cambiar una vida. Lo que está detrás ya no importa. Es el futuro lo que cuenta ahora. El posible bien del mañana cuenta más que el mal de ayer. Tal cual. Dios perdona no como un desmemoriado, sino como un liberador. Las palabras de Jesús y sus gestos rompen el esquema buenos-malos, culpables-inocentes, puros-sucios. Jesús con su misericordia nos conduce más allá de los preceptos éticos o jurídicos y a nuestros ojos, ven rápidamente el pecado nos invita a que veamos el sol, y es que la luz es más importante que la oscuridad, el trigo vale más que la cizaña, el bien pesa más que el mal. Mucho más •



[1] Jn 8, 10
[2] Cfr. Eze 36, 26. 

¡Dame de beber!


Cuando te acercaste al pozo
en busca de agua clara,
-como hacías cada día-
alguien ya allí te esperaba
para ofrecerte "agua viva",
¡un agua que siempre mana!

-"Mujer, dame un poco de agua,
que traigo sed del camino
y reseca la garganta;
y este pozo está muy hondo,
ayúdame tú a alcanzarla."

-"¿Y tú me pides a mí,
-siendo como eres judío-
sin tener ningún reparo,
ni pensar que contamino?"
-"Si supieras quién te pide,
le pedirías tú a él,
y él te daría "agua viva"
que calmaría tu sed;
y si bebieras de este agua,
no tendrías que volver
cada mañana a buscarla,
porque brotaría en ti
como un manantial que salta,
como surtidor gigante
que la vida eterna alcanza."
..............................................

La roca en la que brotó
el agua en pleno desierto,
dice Pablo, que era Cristo,
plenitud y acabamiento.

Y, hoy, la Fuente tiene sed
de ser por todos bebida:
"el que tenga sed que venga,
yo le daré un agua viva".

Tengo una sed insaciable,
-dijiste en la cruz un día-,
queriendo a todos decir
que nuestra sed compartías.

No busquéis ya el agua viva
en pozos que jalonaron
la marcha de vuestros padres
y que sus manos cavaron;
buscad de ahora en adelante,
el nuevo Pozo artesiano
del que brota el Agua Viva,
de nombre ¡Espíritu Santo! 


P. José Luis Martinez, SM

Ayuno de todo

El valor del ayuno consiste no solo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, esta minimizando el gran valor que el ayuno posee. ¡Si tu ayunas, que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de el. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior. Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lenta en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarme en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Seria inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades. Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros. Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de que te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano? • San Juan Crisóstomo

Cenizas y paradojas

La cruz de cenizas, trazada en la frente de cada cristiano, no es solo un recordatorio de muerte, sino, de modo inevitable, una prenda de resurrección. Las cenizas del cristiano ya no son meras cenizas. El cuerpo de un cristiano es un templo del Espíritu Santo, y aunque le sea fatal ver la muerte, volverá otra vez a la vida en gloria. La cruz, con que las cenizas se disponen sobre nosotros, es el signo de la victoria de Cristo sobre la muerte. Las cenizas de este miércoles no son meramente un signo de muerte, sino una promesa de vida. Y sin embargo, las cenizas son claramente una invitación a la penitencia, al ayuno y a la compunción. De ahí el carácter aparentemente paradójico de la liturgia del Miércoles de Ceniza. El evangelio nos invita a evitar los signos exteriores de dolor, y cuando ayunemos, a perfumarnos la cabeza y lavarnos la cara. Pero recibimos un golpe de ceniza en la cabeza. Debe haber dolor en este día de alegría. Es un día en que el dolor y la alegría van de la mano: pues tal es el significado de la compunción, una tristeza que traspasa, que libera, que da esperanza y por tanto alegría. Sólo el desgarro interior, la ruptura del corazón, produce esa alegría. Deja salir nuestros pecados, y deja entrar el limpio aire de la primavera de Dios, la luz del sol de los días que avanzan hacia Pascua • T. Merton, Tiempos de Celebración. 

Amores y fuegos


M. Cabrera, Alegoría del Corazón de Jesús, óleo sobre tela, 
Museo Andrés Blaisten, Ciudad de México. 

Vuelo en alas del amor por toda la casa. Tengo la impresión de andar dos pasos por el suelo y cuatro por el aire. Esto es amor: Y es consuelo. No me preocupo si es consuelo. No estoy apegado a las consolaciones. Amo a Dios. El amor me lleva por todas partes. No quiero hacer nada más que amar. Y cuando suena la campana tengo que dominarme apretando los dientes, porque este amor, amor secreto, amor escondido y amor oscuro, bulle dentro de mí y fuera de mí, donde no me cuido de hablar sobre él. En todo caso carezco de tiempo y de fuerzas para tratar tales materias. Sólo me queda tiempo para la eternidad, es decir, para el amor, el amor, el amor. El amor me empuja por todo el monasterio, me hace moverme de un lado a otro, el amor es lo único que me permite seguir adelante. El amor, cuando comienza, lleva un paso tan rápido que hay que sujetarse bien para no caer. Cualquier ritmo de celeridad es demasiado lento para el amor; en tanto que ninguna velocidad es excesiva para uno cuando se deja arrastrar por el amor. Tras ello sólo queda bogar de continuo sobre su corriente. Esto me abrasa. Estoy completamente agostado por el deseo, y sólo acierto a pensar en una cosa: permanecer en el fuego que me quema  T. Merton

Simeón y su despedida


Nos cuenta san Lucas en su evangelio que Simeón era un devoto judío a quién el Espíritu Santo le había prometido que no moriría hasta haber visto al Salvador, ¡gran revelación! Y he aquí que cuando la Virgen María, y San José, llevaban al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para realizar la ceremonia de consagración del primogénito, Simeón estaba allí. En aquel momento toma al niño en sus brazos y rompe a cantar el hermosísimo Nunc dimmitis que la Liturgia de la Iglesia ha querido conservar en el rezo de las Completas, la más nocturna y apacible de sus oraciones. El texto original griego dice así:

Nῦν ἀπολύεις τὸν δοῦλόν σου,
δέσποτα, κατὰ τὸ ῥῆμά σου ἐν εἰρήνῃ,
ὅτι εἶδον οἱ ὀφθαλμοί μου τὸ σωτήριόν σου,
ὃ ἡτοίμασας κατὰ πρόσωπον πάντων τῶν λαῶν,
φῶς εἰς ἀποκάλυψιν ἐθνῶν καὶ δόξαν λαοῦ σου ᾿Ισραήλ.

mismo que san Jerónimo traduce al latín:

Nunc dimittis servum tuum, Domine,
secundum verbum tuum in pace:
Quia viderunt oculi mei salutare tuum
Quod parasti ante faciem omnium populorum:
Lumen ad revelationem gentium,
et gloriam plebis tuae Israel.

en el Oficio de Completas de la Liturgia de las Horas lo conocemos así:

Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel

Un loco y su carbón (2)


Kalyva [1]de la Preciosa Cruz, 2 de diciembre de 1972.

Querida Hermana e Higúmena[2]Filotea, ¡bendita!:

(...) 11. Bienaventurados los padres que no utilizan nunca la expresión “no se hace” para dirigirse a sus hijos, sino que les enseñan a no hacer el mal por medio de una vida santa para que imiten sus hijos, siguiendo así todos alegres y con coraje espiritual a Cristo.


12. Bienaventurados los niños que han nacido santos desde “las entrañas maternas” (Mt 19, 12 y Lc 1, 15), pero más aun los que han nacido con todas las pasiones del mundo como herencia, han luchado contra ellas con sudor, las han arrancado y han heredado el Reino de Dios “con el sudor de su frente” (Gn 3, 19).

13. Bienaventurados los niños que han vivido desde su joven edad en un medio de santidad y han progresado sin penas en la vida espiritual. Pero mucho más bienaventurados, sin embargo, los niños dañados que no han sido del todo ayudados (al contrario, se les ha empujado al mal), pero cuyos ojos han brillado desde que han escuchado hablar de Cristo: han cambiado 180 grados, de un solo golpe han purificado sus almas y han salido del campo de la atracción terrestre para moverse sobre una órbita espiritual.

14. Felices los cosmonautas, dice el mundo, que gravitan en el espacio, en orbitas alrededor de la luna o incluso que caminan sobre la luna. Pero más bienaventurados los Paradisnautas[3] de Cristo, que se elevan hasta Dios y gravitan regularmente alrededor del Paraíso, la morada permanente de ellos, con las más rápidas naves espaciales y sin gastar mucho combustible: ¡nada más que un pedazo de pan tostado!

15. Bienaventurados los que dan gloria a Dios por la luna que les ilumina de noche. Más felices aun los que han comprendido que así como la luz de la luna no es la suya propia, la luz espiritual tampoco es propia de ellos, sino que es de Dios. Pues el espejo, el simple vidrio, o la tapa de una lata de conservas, no pueden reflejar la luz más que si los rayos del sol caen sobre ellos.

16. Felices, dice el mundo, los que viven en palacios lujosos y gozan de todas las comodidades. Pero más bienaventurados los que han simplificado sus vidas, se han liberado del nudo corredizo de esta evolución mundana que trae numerosas comodidades y se han librado de la angustia terrible propia de nuestra época contemporánea.

17. Felices, dice el mundo, los que pueden gozar de los bienes terrestres. Pero más bienaventurados los que dan todo a Cristo, privándose de toda consolación humana por Cristo y llegan a estar así día y noche junto a Cristo, en el seno de su divina consolación, que a veces es tan intensa que le dicen a Dios: “Mi Dios, tu Amor no puede soportarse, pues es inmenso y mi pequeño corazón no puede contenerlo”.

18. Felices, dice el mundo, los que ocupan los más grandes puestos y poseen las más grandes mansiones, pues ellos tienen todo lo que es necesario para vivir en la holgura. Pero más bienaventurados los que no tienen más que un nido para apoyarse, el alimento y la vestimenta –como escribe el divino Pablo (1 Tm 6, 8)-, y han llegado así a hacerse extranjeros del mundo de las vanidades: mientras que como hijos de Dios, ellos utilizan la tierra como un escalón, sus espíritus se encuentran sin cesar junto a Dios, su Buen Padre.

19. Felices los que se vuelven, por el alcohol,  generales y ministros –aunque sea por algunas horas- estos puestos de los cuales el mundo se alegra. Pero más bienaventurados los que se han despojado de su hombre viejo, se han liberado de la materia y han llegado a volverse ángeles terrestres por el Espíritu Santo: han encontrado la divina llave del Paraíso y ellos beben y se embriagan sin cesar con el vino paradisíaco[4].

20. Bienaventurados los que han nacido locos y serán juzgados como locos, pues ellos entrarán así en el Paraíso sin pasaporte. Pero más bienaventurados y muchísimo más bienaventurados los sabios que se hacen locos por amor a Cristo y se burlan de la vanidad del mundo: su locura por Cristo vale más que todos los conocimientos y la sabiduría de los sabios del mundo entero. 


Les suplico a todas las hermanas que rueguen a Dios para que me dé o más bien para que me tome el poco cerebro que poseo, para que me asegure así el Paraíso, dado que seré entonces juzgado como loco. O bien que me haga loco por su amor, a fin de que yo salga de mí mismo, que salga de la tierra y de la atracción terrestre, ¡pues sino mi vida de monje no tiene sentido! Como monje, yo me he blanqueado exteriormente. Pero me he enceguecido más y más interiormente por ser un monje negligente. Y me justifico diciendo que estoy enfermo, cuando lo estoy. Pero cuando estoy bien, me justifico nuevamente poniendo de pretexto la enfermedad, ¡es así que yo merezco unos buenos golpes! ¡Ore por mí! ¡Que Cristo y la Santísima estén con usted! 


Con amor en Cristo, vuestro hermano, 
Monje Paissios

[3] El Padre Paissios inventa la palabra “paradisnauta” para oponerla a cosmonauta: son los hombres espirituales gravitan alrededor del Paraíso como los cosmonautas gravitan en el cosmos.
[4] El Padre Paissios retoma el tema bien conocido de la embriaguez espiritual, hace un juego de palabras entre el alcohol (inopneuma) y el Espíritu Santo (Agio pneuma)
...


Père Païssios Moine du Mont Athos, Lettres (Édité par le monastère Saint-Jean-le Théologien. Souroti de Thessalonique-Grèce 2005), pp. 235-242.

Un loco y su carbón (1)


Kalyva [1]de la Preciosa Cruz, 2 de diciembre de 1972.

Querida Hermana e Higúmena[2] Filotea, ¡bendita!:

Una locura me ha agarrado hoy: he tomado la pluma, como un loco que escribe con su carbón sus divagaciones sobre los muros, para escribir las mías sobre un papel y, todavía más locura, enviárselas. Esta segunda locura, la hago por mi gran amor a mis hermanas a fin de ayudarlas, al menos un poco. La razón de mi primera locura tiene como origen cinco cartas que tratan distintos temas y que recibí, una después de otra, en distintas partes de Grecia. Si bien los acontecimientos que les habían sucedido eran una gran bendición, los remitentes habían caído en la desesperación, pues ellos las veían según el mundo. Después de haber pues respondido a sus cartas, como un loco –como le he dicho-, tomé la pluma para escribirle esta carta, pues creo que una simple moneda de 0,5 dracma de parte de vuestro hermano que permanece en el extranjero permitirá a cada una de sus hermanas encender un cirio en su celda y ofrecer a nuestro Buen Dios su alabanza. Yo experimento una gran alegría cuando cada hermana lleva su propia cruz y conduce su combate espiritual personal con celo. Incluso un corazón tan grande y tan luminoso como el sol es poco para entregarlo a Cristo en reconocimiento por sus inmensos dones y sobre todo por el honor tan especial que nos ha hecho, a nosotros los monjes, de reclutarnos por un llamado personal en su orden angélica. Un gran honor es debido también a los progenitores que han sido juzgados dignos de sellar una alianza con Dios. Desgraciadamente, por falta de comprensión, la mayoría de los padres, en lugar de agradecer a Dios, se revelan, pues ellos ven todas las cosas según el mundo –como las personas de las cuales le he hablado más arriba, quienes fueron la causa de que yo tome la pluma para escribirle lo que sigue:

1. Bienaventurados los que han amado a Cristo más que a todas las cosas del mundo y que viven lejos del mundo, junto a Dios en la alegría paradisíaca desde esta tierra.

2. Bienaventurados los que han logrado vivir en la oscuridad y han adquirido grandes virtudes sin adquirir, en cambio, el menor renombre.

3. Bienaventurados los que se han convertido en locos y han preservado así su tesoro espiritual.

4. Bienaventurados los que anuncian el Evangelio no por medio de palabras, sino que lo viven y lo anuncian por su silencio, con la gracia de Dios, la cual es la única que los delata.

5. Bienaventurados los que se alegran de ser acusados injustamente más que de ser alabados justamente por sus vidas virtuosas. Allí reside el signo de la santidad, y no en una ascesis estéril ni en el gran número de las prácticas ascéticas que si no se realizan con humildad y con el objetivo de despojarse del hombre viejo, no hacen más que producir falsas ideas sobre sí mismo.

6. Bienaventurados los que prefieren sufrir la injusticia más que practicar la injusticia, que reciben tranquila y silenciosamente las injusticias, pues ellos manifiestan en la práctica que creen en un solo Dios, el Padre Todopoderoso y que esperan en Él su justificación y no de los hombres para ser vanamente justificados aquí abajo.

7. Bienaventurados los que han nacido inválidos o se han vuelto así por sus propias imprudencias y que no se lamentan sino que dan gloria a Dios. Ellos tendrán los mejores lugares en el Paraíso junto a los Confesores y a los Mártires que han dado sus manos y sus pies por amor a Cristo y que ahora besan con veneración los Pies y las Manos de Cristo.

8. Bienaventurados los que han nacido feos y que son despreciados sobre la tierra, pues, si ellos dan gloria a Dios y no se lamentan, tendrán los más bellos lugares en el Paraíso.

9. Bienaventurados son las viudas que, incluso involuntariamente, visten de negro en esta vida y llevan una vida espiritual blanca como la nieve dando gloria a Dios sin lamentarse, mucho más bienaventuradas que los desgraciados que se visten de colores y llevan una vida de desenfreno de muchos colores.

10. Bienaventurados y mucho más bienaventurados los huérfanos que han sido privados de la inmensa ternura de sus padres, pues ellos han sido juzgados dignos de tener a Dios por Padre ya desde esta vida y, la ternura paterna de la que han sido privados es colocada con intereses en la caja de ahorro de Dios (...) 
 ...

[1] kalyva: así se llaman en el monte Athos a una pequeña habitación aislada provista de una capilla en el interior, pero sin propiedades agrícolas, que es concedido por un monasterio a un monje y algunos discípulos.

[2]  Higúmena:  Madre Priora de un monasterio de mujeres.
...

Père Païssios Moine du Mont Athos, LettresÉdité par le monastère Saint-Jean-le Théologien. Souroti de Thessalonique-Grèce 2005, pp. 235-242.