Nos cuenta san Lucas en su evangelio
que Simeón era un devoto judío a quién el Espíritu Santo le había prometido que
no moriría hasta haber visto al Salvador, ¡gran revelación! Y he aquí que cuando
la Virgen María, y San José, llevaban al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para
realizar la ceremonia de consagración del primogénito, Simeón estaba allí. En
aquel momento toma al niño en sus brazos y rompe a cantar el hermosísimo Nunc dimmitis que la Liturgia de la
Iglesia ha querido conservar en el rezo de las Completas, la más nocturna y
apacible de sus oraciones. El texto original griego dice así:
Nῦν ἀπολύεις τὸν δοῦλόν σου,
δέσποτα, κατὰ τὸ ῥῆμά σου ἐν εἰρήνῃ,
ὅτι εἶδον οἱ ὀφθαλμοί μου τὸ
σωτήριόν σου,
ὃ ἡτοίμασας κατὰ πρόσωπον πάντων τῶν
λαῶν,
φῶς εἰς ἀποκάλυψιν ἐθνῶν καὶ δόξαν
λαοῦ σου ᾿Ισραήλ.
mismo que san Jerónimo traduce al latín:
Nunc dimittis servum tuum, Domine,
secundum verbum tuum in pace:
Quia viderunt oculi mei salutare
tuum
Quod parasti ante faciem omnium
populorum:
Lumen ad revelationem gentium,
et gloriam plebis tuae Israel.
en el Oficio de Completas de la Liturgia de las Horas lo conocemos así:
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu
Salvador,
a quien has presentado ante todos
los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel •
y gloria de tu pueblo Israel •
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