Today with the myriad of opinions in modern living, it may seem
that truth does not exist —truth about God, truth about gender issue, truth
about marriage, moral truths, and, ultimately, truth about myself. Our gospel today
identifies Christ to be «the way, and the truth, and the life». Let us be honest:
Separate from Christ, there is only desolation, falsehood and death. There is
one and only one road to heaven and it is called Jesus Christ. Christ is not
just another opinion. Christ is Truth itself. To deny truth is like someone who
insists in closing his eyes from the sun-light. Whether he likes it or not, the
sun will always be there. Likewise, many spend themselves in their career with
sheer will-power, they claim to fulfill their full potential, forgetting that
they could only attain the truth about themselves by walking with Christ. On
the other hand, according to Benedict XVI, «each person finds his good by
adherence to God's plan for him, in order to realize it fully: in this plan, he
finds his truth, and through adherence to this truth he becomes free». The
truth of each one is a calling to be a son or daughter of God in the heavenly
home: «For this is the will of God, your sanctification”. God wants free
daughters and sons, not slaves! Truly, the perfect “I” is a joint project
between God and I. When we strive for holiness, we begin to reflect the truth
of God in our lives. Our Holy Father said it in a great way: «Each saint is
like a ray of light that shines forth from the Word of God» • AE
La conversación que hemos estado
escuchando entre Nicodemo y Jesús nos deja asomarnos un poco - ¡qué maravilla- al
corazón de Dios, y al hacerlo entendemos que Él quiere salvar al hombre, a todo
hombre. Por ello podemos hablar de historia de la salvación y no de condenación.
Para lograr esta salvación Dios hace lo
absolutamente imprevisible, lo escandaloso, lo impensable: ¡entrega a su Hijo! ¿Y
nosotros? Nosotros condenamos con mucha facilidad. Estamos enfermos de esa neurosis
que hace que creamos en un Dios que salva, pero nos especializamos en el arte
de juzgar y condenar. Hoy podríamos detenernos en este sencillo punto: Dios no
condena. Somos nosotros los que lo hacemos. Busquemos no invocar el nombre de
Dios sobre nuestras venganzas, enredos, acusaciones y condenas, y evitemos los prejuicios,
que son juicios previos, estrechos, casi siempre, precipitados, cargados de
envidia y, por todo ello, muy poco certeros. No dividamos a los hombres en
buenos y malos, hacerlo nos convierte en inquisidores; siempre será mejor conocer
al otro en su verdad. Ya lo decía Goethe: “no conocemos a los hombres cuando
vienen a vernos: tenemos que visitarlos a ellos para averiguar cómo son”. En otras
palabras: es imposible el encuentro con el otro sin el éxodo -a veces doloroso-
del propio yo. Hoy podríamos empezar ese camino • AE
No hay comentarios:
Publicar un comentario