Tuesday of the Second Week of Easter (4.21.2020)




In this morning’s gospel reading we find Nicodemus struggling to understand when Jesus tells him that he must be born from above, born of the Spirit. In response, Nicodemus asks ‘How can that be possible?’ Nicodemus is an example of someone who struggled to come to faith; he struggles to become a disciple of Jesus. He was drawn to Jesus but he could not quite grasp what Jesus was asking of him, not initially at least. Yet, Nicodemus did not give up on Jesus and the last we see of him in John’s gospel is at Golgotha where, after the death of Jesus, he and Joseph of Arimathea ensure that Jesus has a dignified burial. It seems that in the course of Jesus’ public ministry he gradually grew in his relationship with Jesus; he allowed himself to be drawn to Jesus more fully. The journey of faith is not always straightforward. Like Nicodemus we can find ourselves at an impasse. His question, ‘How can that be possible?’ becomes our question. Yet, all we can do is stay with our questions and be faithful to our search. The Lord will do the rest. If we are open and honest, the Lord will draw us to himself in time, in his time and in ours • AE

...



En su conversación con Nicodemo, Jesús le habla también del Espíritu, pero Nicodemo no entiende. En esa cerrazón mental también nos parecemos a Nicodemo. No alcanzamos a comprender a Jesús. Y con Nicodemo elevamos la desafiante pregunta: ¿Cómo puede ser eso? Y el Señor, que ve más allá de las palabras, percibe qué postura se esconde en cada forma de preguntar. En efecto, algunos preguntan por simple curiosidad. Les seduce lo insólito y desconocido; sobre todo si va acompañado de su correspondiente dosis de morbo y entretenimiento. Sólo pretenden satisfacer la necesidad de contar con alguna información. No buscan sino rellenar un hueco vacío y por eso lanzan una pregunta, que normalmente suele ser superficial. Otros preguntan con desconfianza y desde la autosuficiencia. Se sienten como quienes vienen de vuelta de muchas cosas. Disparan sus preguntas con venenosas cargas de profundidad. Las suyas no son propiamente preguntas, sino juicios que destilan desdén y cinismo. Con ello sólo consiguen cortar la conversación. También los hay que preguntan con escepticismo. Presuponen que no existe algo distinto de lo que ellos ya han concebido en su cabeza. Suelen ser buenos observadores pero malos intérpretes. No buscan más. Finalmente, algunos preguntan en actitud sencilla, desde la apertura desarmada. Reconocen que las cosas rara vez son lo que parecen y muestran su deseo de aprenderlo todo del Maestro. Ellos, solamente ellos, son los que en silencio le escuchan con atención. Y se transforman en discípulos. Les convierte en discípulos no el carecer de preguntas, sino su forma de preguntar. De desata así la obediencia de la fe, la coincidencia en la luz. Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano. Si nos convertimos en discípulos, en las páginas de nuestra biografía personal, además de alguna tachadura, llegaremos a encontrar, sobre todo, signos de interrogación y admiración • AE

No hay comentarios:

Publicar un comentario