Thursday in the Octave of Easter (4.16.2020)



Today, the risen Christ meets again his disciples with his desire of peace: «Peace to you»[1]. This is how He makes disappear the fears and forebodings the Apostles had accumulated during their days of passion and loneliness. He is not a ghost but totally real; at times, however, fright in our lives is taking shape as if it were the only reality possible. At times also, it is our lack of faith and of interior life which is changing things: fright becomes reality and Christ gradually vanishes from our life. The presence of Christ in our Christian life, instead, lightens up our existence, especially in those places no human explanation may account for. Saint Gregory of Nazianzen tells us: «We should be ashamed to dispense with the salutation of peace; salutation the Lord left with us when He was going to leave this world. Peace is a name and a substantial thing emanating from God, as the Apostle said to the Phillipians: ‘The peace of God’; and that it is from God is also shown when he tells the Ephesians: ‘He is our peace’». It is the resurrection of Christ which gives a meaning to all our mishaps and sufferings, which helps us to recover our peace of mind and calm us down in the darkness of our life. All other small lights we may find in our life are only meaningful under this Light. In the Gospel we read: «Everything written about me in the Law of Moses, the Prophets and the Psalms had to be fulfilled...»: and again we read «He opened their minds to understand the Scriptures»[2], as He had already done with the disciples at Emaus. The Lord also wants us to understand the meaning of the Scriptures for our life; He wants our poor heart to become a flaming heart, like his: with the explanation of the Scriptures and the chunk of bread, the Holy Eucharist. In other words: the Christian task is to see his story to become a story of salvation as He wants us to • AE

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Por qué surgen dudas en vuestro interior?" Esta es la gran pregunta del Señor a sus apóstoles. Creemos en la primavera porque vemos los brotes de vida en las yemas de los árboles. Creemos en la mariposa porque vemos que de la crisálida sale un ser con alas multicolores. Creemos en el día porque cada mañana el sol vuelve a asomarse. ¿Cuáles son los signos para creer en la presencia del Señor Resucitado? ¿Hombres y mujeres que, a pesar de sus limitaciones, entregan su vida? ¿Personas que superan una depresión? ¿Por qué nos resulta más fácil percibir los signos de la muerte que los de la vida? ¿Por qué somos capaces de criticar todo lo que va mal y nos cuesta tanto agradecer lo que hace que el mundo funcione un día más? “Mirad mis manos y mis pies”. La alegría que nos regala el Resucitado no es el goce superficial de quien recorre un camino llano. Sus manos y sus pies conservan las huellas de los clavos. La suya es una victoria sobre la muerte. Quizá nunca acabamos de experimentar una alegría profunda porque no miramos de frente la huella de sus heridas. Creemos que seremos más felices huyendo de las personas que sufren, maquillando nuestros propios dolores. Jesús nos invita a reconocerlo en el hueco de los clavos. En ese “mirad” encontramos una clave para no entender la alegría pascual como una huida sino como una cercanía mayor a los crucificados: las personas difíciles de nuestro entorno, los que atraviesan cañadas oscuras. “¿Tenéis algo que comer?” El Resucitado nunca nos resuelve la vida automáticamente. Cuenta con lo que cada uno somos y tenemos. Más aún, quiere compartir con nosotros ese poco de pan y de pescado que nosotros, con tanto trabajo, hemos conseguido • AE


[1] Lk 24:36.
[2] Id., v. 44-45.

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