Monday in the Octave of Easter (4.13.2020)



Sequence Victimae Paschali Laudes

Christians, to the Paschal Victim
    Offer your thankful praises!

A Lamb the sheep redeems;
    Christ, who only is sinless,
    Reconciles sinners to the Father.

Death and life have contended in that 
combat stupendous:
    The Prince of life, who died, 
reigns immortal.

Speak, Mary, declaring
    What you saw, wayfaring.
“The tomb of Christ, who is living,
    The glory of Jesus’ resurrection;
bright angels attesting,
    The shroud and napkin resting.

Yes, Christ my hope is arisen;
    to Galilee he goes before you.”
Christ indeed from death is risen, 
our new life obtaining.
    
Have mercy, victor King, 
ever reigning!
    Amen. Alleluia.
 

Women's reactions before the Lord express the deepest attitudes of human beings before He who is our Creator and Redeemer: submission —«embraced his feet» (Mt 28:9)— and worship. What a lesson for all of us regarding what our attitude ought to be always before Christ in the Eucharist! «Do not be afraid»[1], Jesus tells the women. Afraid of our Lord? Never, as He is the Love of loves! Afraid to lose him? Yes, because we are well aware of our weakness. This is why we embrace his feet so strongly. As the Apostles in the stormy sea and as the disciples of Emaus when they beg him: Lord, do not leave us! And the Master sends the women to his disciples so they can see him too. This is also our task, and our divine mission, since the day of our baptism: to proclaim Christ all over the World «so that everybody may find Christ, so that Christ may join each one of us in our journey through life, with the power of the truth (...) contained in the mystery of Encarnation and Redemption, with the power of the love He irradiates • AE
...



Al levantarse la aurora
con la luz pascual de Cristo,
la Iglesia madrugadora
te pregunta: "¿A quién has visto?"

"¿Por qué lloras en el huerto?
¿A quién buscas?" "A mi amado.
Buscando al que estaba muerto,
lo encontré resucitado.

Me quedé sola buscando,
alas me daba el amor,
y, cuando estaba llorando,
vino a mi encuentro el Señor.

Vi a Jesús resucitado,
creí que era el jardinero;
por mi nombre me ha llamado,
lo reconocí primero.

El me libró del demonio,
yo le seguí hasta la cruz,
y di el primer testimonio
de la Pascua de Jesús".

Haznos, santa Magdalena,
audaces en el amor,
irradiar la luz serena
de la Pascua del Señor.

Gloria al Padre omnipotente,
gloria al Hijo redentor,
gloria al Espíritu Santo:
tres personas, sólo un Dios.
Amén •


Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo puede otorgar uno mismo» (A. Manzoni, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.

Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede, nos precede siempre. Es hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita, allí, en mi Galilea. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba. Con la memoria de mi Galilea.

Pero hay más. Galilea era la región más alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario.

Al final, las mujeres «abrazaron los pies» de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida. • Santo Padre Francisco, homilía en la Vigilia Pascual, Basilica Vaticana, Pascua del 2020.


[1] Mt 28:10.

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