Lo que el Señor pide hoy en el evangelio
no es, digámoslo así, razonable. Lo humanamente razonable es pagar con la misma
moneda. Ese es el fundamento del derecho o de nuestra discutible justicia: el
que la hace, la paga. Pero es así que llegamos a la situación de violencia en
la que vivimos, produciendo enemigos por todas partes. Por eso, si queremos
salir de ese callejón sin salida, hemos de dejar nuestra razonable y prudente
manera de actuar, para seguir la locura del evangelio, que es la locura de la
cruz: dar la vida por amor a los que se la quitan. Amar al enemigo es salirse de
la prudencia humana, de la razonable prudencia humana, para entrar en el ámbito
de la prudencia de Cristo. ¿Qué nos pide Jesús? Frente al enemigo caben
distintas actitudes. Podemos, por ejemplo, suponer que no es enemigo, por la
sencilla razón de que nosotros no nos sentimos enemigos suyos. En ese supuesto,
no haremos nada, dejaremos las cosas como están y, por consiguiente, dejaremos
al enemigo en su situación. Es la actitud más cómoda. Pero es altamente
peligrosa. Porque muy bien podría ocurrir que la razón de su enemistad estribe
en la injusticia que le estamos infringiendo (somos culpables) o que están
infringiendo los otros, en cuyo caso nos haríamos cómplices. Es la actitud de
los egoístas, de los indiferentes, de los insolidarios. Otra posibilidad frente
al enemigo es hacerle frente con sus mismos medios, pagarle con la misma
moneda, violencia por violencia, odio por odio. En tal caso siempre saldrá
vencedor el odio y todos seremos las víctimas. Es la actitud más generalizada,
la más razonable, al parecer, la lógica. Es la lógica de todos los sistemas
defensivos, la lógica de la carrera de armamentos, la lógica de los medios de
disuasión, la lógica de la violencia y de la guerra. Muy lógica, ciertamente,
pero absolutamente contraria al evangelio. La tercera actitud es la que Jesús nos
invita hoy a considerar con calma y en silencio, la que hemos escuchado en el
evangelio y conviene volver a escuchar y a leer una y otra vez. Amar al enemigo
es hacer el bien al que nos hace mal, es poner la otra mejilla al que nos hiere
en la una; pero es también no consentir con la injusticia del enemigo. Por eso
no podemos estar siempre ofreciendo la otra mejilla, porque así nos iríamos
haciendo cómplices de la injusticia y violencia del enemigo. Amar al enemigo es
en realidad desarmarlo, liberarlo, rescatarlo, librarlo de su injusticia,
recuperarlo para la justicia, ganarlo para la amistad, integrarlo en la espiral
del amor. Y todo eso sin violencia, sin amenazas, sin odio, sin armas, sin
recurrir a la fuerza, sino con la ternura y la paciencia del Señor. Pero
también sin desmayar, sin contemporizar con su violencia y con su injusticia,
sin abandonarlo a su suerte, sin desesperar en su capacidad para cambiar y
volver al amor • AE
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