El evangelio no menciona que Jesús pidiera a los enfermos que tuviesen
paciencia, o que viesen en el sufrimiento una prueba. Tampoco habla de aceptar la
muerte resignadamente. Jesús, ante la enfermedad y ante la muerte, actúa: no se
queda cruzado de brazos o dice frases piadosas. Nosotros, ante nuestros
hermanos y hermanas enfermos, o ante quienes sufren la muerte de alguien
cercano con frecuencia nos preguntamos qué hacer, qué decir, cómo actuar. Desde
luego que lo que hacía Jesús no podemos hacerlo, no tenemos el poder de obrar
milagro, por tanto, ante el dolor y la muerte no se trata tanto de hablar, como
de actuar ¿cómo? Procurando comunicar vida a quienes más la necesitan: haciendo
compañía, atendiendo con el máximo cariño, echando una mano en la logística. En otras palabras: lo que
nosotros podemos hacer es procurar compartir el amor que Dios tiene para con
los que sufren la enfermedad o la muerte. No tenemos el poder de hacer
milagros, pero tenemos el poder de amar que es, probablemente, lo más
importante. El señor necesitaba una sola
cosa para poder actuar: necesitaba que quienes pedían tuvieran fe, de ahí su No temas, basta que tengas fe a Jairo, y
el tu fe te ha curado a la mujer
enferma ¿De qué fe se trata? Desde luego no del Credo ni de ninguna oración hecha. Probablemente la mayoría de
quienes fueron curados por Jesús no creían –porque no lo sabían- que él era el
Hijo de Dios. La fe que pedía Jesús para curar era confianza en la bondad de
Dios, en que Dios quería que se curaran, en que Dios es el Padre de la vida y
quiere vida para todos, como escuchamos en la primera de las lecturas. Este
gran anuncio –que es el anuncio del Reino de Dios- se realizaba por Jesús. Y
esta fe en la bondad de Dios, creador de la vida que sufre por el dolor de
quienes sufren, esta fe que nosotros hemos recibido, es lo que cada domingo
celebramos y hoy pedimos que se nos vuelva más viva para poder acerarnos en un
silencio respetuoso, práctico y lleno de amor a quienes sufren en el cuerpo o
en el espíritu •AE
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