Pietre de Grebber, Juan el Bautista delante de Herodes,
óleo sobre tela,
colección permamente del Palais des Beaux-Arts de Lille (Francia)
...
El nacimiento de Juan el Bautista está rodeado de luz y de alegría,
incluso de algunos hechos singulares y hasta insólitos. Zacarías e Isabel, sin
ponerse de acuerdo y por separado, presintieron que su nombre era Juan. A
Zacarías le volvió el habla cuando lo escribió en aquellas tablillas y el niño saltó de gozo y estuvo santificado desde
el mismísimo seno de Isabel. Por si todo lo anterior suena a poco, ambos reciben
la visita de la madre del Señor. Este domingo celebramos la Natividad de Juan,
el bautista, el precursor, el pariente del Señor. Celebramos a un hombre que fue
tan fiel a su vocación que, por realizarla, dio la vida. Por eso dedicamos otro
día a celebrar su martirio. Juan no fue un niño mimado sino que se despojó –como
el Señor- de su rango, y vivió en la austera soledad del desierto, dedicando su
vida a la predicación y a enseñar a distinguir el oro del oropel, la verdad de
la mentira, a señalar el camino de Jesús, el Cordero de Dios. Isaías lo había predicho:
A ti, niño, te llamarán profeta del
Altísimo. Juan lo hizo muy bien. Lo hizo tan bien, que le cortaron la
cabeza y se la entregaron a una bailarina en una bandeja. Y es que a los
hombres nos desconcierta la verdad cuando llega de frente y sin filtros, antes
de que nos deslumbre, somos capaces de cortarle la cabeza. Cuando Juan fue
decapitado en realidad fue libre ¡Libérrimo! La verdad os hará libres, había dicho Jesús. El nacimiento de Juan
fue regalo y su vida un gran esfuerzo personal. Las dos caras de una misma vocación.
También nosotros hemos sido muy privilegiados: recibimos el don de la fe
cristiana por el Bautismo y podernos acercar cuantas veces queramos a recibir el
Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero debemos ir más allá. Como el bautista, hemos
de allanar caminos, de enderezar sendas, de ser profetas del Altísimo, de ser
una voz que clame en el desierto de nuestras ciudades, tan ruidosas y
ajetreadas. No nos basta con saltar de gozo en el seno de la Iglesia. Tenemos
que salir. A extender nuestro dedo y señalar los caminos por los que pasa el
Señor. La Natividad de Juan nos recuerda que también nosotros somos unos bien
nacidos • AE
No hay comentarios:
Publicar un comentario