Gerrit van Honthorst, Cristo delante del Sumo
Sacerdote (1617),
oleo sobre tela. National Gallery (London).
Fue la noche más larga de la historia, la que va del jueves al viernes Santo.
En ella encontramos la traición de Judas que llega con un tropel de soldados y traiciona
a su maestro de la manera más indigna: Con un beso. Con todo, Cristo le llama
amigo ¡Qué mansedumbre de mirada la de Jesús hacia aquel pobre hombre! ¡Con qué
amistad y amor miraría a Judas! ¡En vano! Traiciona también por Pedro, que no
lo reconoce, que reniega de Jesús ¡Qué penetrante debió ser la mirada de Jesús,
y a la vez qué dulce, para que Pedro, saliera del palacio de Caifás y comenzara
a llorar amargamente![1] “Todos lo abandonaron", dice el evangelista. ¿Dónde están?
Perdidos en medio de la ciudad, en la oscuridad de la noche, descontrolados,
temerosos de ser reconocidos como discípulos de Jesús. La dignidad de la
amistad, ¡qué bajos fondos toca en el alma de estos apóstoles! Abandonado
también por su pueblo. El pueblo que había recibido tantos beneficios de él, que
le había escuchado, que había sido curado por él, en el palacio de Pilatos no
sabe sino gritar: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!"[2]. Los ojos que tienen fe, ¿qué ven detrás de todo esto? En primer lugar el
silencio de Dios. Ante la inhumanidad de los hombres Dios calla; acepta, ama,
sufre y redime en silencio. Nosotros nos hubiésemos rebelado, no hubiésemos
permitido eso. Dios, que tenía poder de cambiar la escena, no lo hizo. Con su
silencio descubre al hombre lo salvaje que es cuando se deja llevar del
instinto de su naturaleza. Quiere hacernos ver el abismo al que el hombre ha
descendido. Y Dios guarda silencio. Un silencio que quiere ser elocuente. Y al mismo
tiempo vemos también la fe de Dios en el hombre. En aquella noche del jueves al
viernes el hombre ha mostrado cuán cruel puede ser y aun con todo, el Señor
sigue adelante. Él sabe que en el corazón del hombre el bien anida allá en el
fondo. Por eso calla, acepta, sufre, para despertar ese bien dormido que existe
en todo ser humano; para redimir al hombre del mal que lleva en el corazón. Jesús
tiene fe en el hombre, capaz de ser convertido en un verdadero hombre a la
medida del salvador, el hombre nuevo ¿Acaso no hace él nuevas todas las cosas?[3] Esa noche, la más larga de la historia, la pregunta que permanece es
por qué Jesús sufrió tanta ignominia. Hay una sola respuesta: por mí, para mí y
en lugar mío. Por la humanidad, para la humanidad y en lugar de la humanidad.
Esta es la verdadera visión que nos da la fe ante el misterio de la pasión del
Señor •AE
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