Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.
Vea quién quisiere rosas y jazmines,
que si yo te viere, veré mil
jardines,
flor de serafines; Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.
No quiero contento, mi Jesús
ausente,
que todo es tormento a quien esto
siente;
sólo me sustente su amor y deseo;
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.
Siéntome cautiva sin tal compañía,
muerte es la que vivo sin Vos, Vida
mía,
cuándo será el día que alcéis mi
destierro,
veante mis ojos, muérame yo luego.
Dulce Jesús mío, aquí estáis
presente,
las tinieblas huyen, Luz
resplandeciente,
oh, Sol refulgente, Jesús Nazareno,
veante mis ojos, muérame yo luego.
¿Quién te habrá ocultado bajo pan y
vino?
¿Quién te ha disfrazado, oh, Dueño
divino ?
¡Ay que amor tan fino se encierra en
mi pecho!
veante mis ojos, muérame yo luego.
Gloria, gloria al Padre, gloria,
gloria al Hijo,
gloria para siempre igual al
Espíritu.
Gloria de la tierra suba hasta los
cielos.
Véante mis ojos, muérame yo luego.
Amén.
(Tradicionalmente atribuida a Santa
Teresa de Ávila)
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