He aquí al hombre, dice Pilato Pilato mostrando a Jesús a sus acusadores[1]. La
escena ha sido representada miles de veces. Al final de las idas y venidas,
sacan a Jesús del pretorio para que lo vea la gente. Lo sacan llevando
la corona de espinas y el manto de púrpura, desfigurado y ridículo[2]. He aquí al hombre. Y miramos a Jesús desfigurado y creemos en él. Miramos
a ese Jesús que sale del pretorio. En él no hay aspecto atrayente, no parece tener
siquiera aspecto humano[3]. Es
la imagen viva del fracaso. Hoy, más de
dos mil años después seguimos mirándolo; no podemos apartar los ojos de él, de
su rostro. Si celebramos el Viernes
Santo es precisamente por eso, porque queremos mirar, porque queremos fijar nuestra mirada en él. No lo hacemos nada
más por curiosidad, ni siquiera por mera compasión. Lo hacemos por fe. Creemos
en Jesús. Y creer en Jesús no significa solamente saber cosas sobre él, o afirmar
las verdades del credo, o que cumplimos una serie de preceptos morales. Decir
que tenemos fe en Jesús significa estamos convencidos que su camino es el único
camino, que su manera de vivir es la única manera de vivir que vale la pena, y
que en él está el agua que calma nuestra sed insaciable: Dios. Hoy, Viernes
Santo, en ese rostro desfigurado y escarnecido vemos cuál es su camino, cuál es
su manera de vivir, vemos a Dios con
nosotros[4]. Año
con año la celebración del Viernes Santo nos remueve las entrañas. Es una gracia que el Señor mismo nos hace. Es el
fruto de su cruz, de su entrega. Con su muerte, con su amor sin reservas, Jesús abrió un camino
de luz en la vida de los hombres. Si hoy estamos aquí para mirarle, es porque
en él, en su amor, hay una luz que nos
atrae irresistiblemente, y nos toca por dentro, y nos llena de deseo de cambiar:
nos llena de deseo de fidelidad a él. La sangre y el agua que han salido de su
costado abierto por la lanza, nos han
fecundado el corazón y el alma, nos han cambiado[5].
Celebremos, pues, con fe, con amor, con agradecimiento, la muerte de Jesús.
Pidámosle que su luz nos ilumine
siempre. Y pidámosle que esta luz llegue a todos los hombres y mujeres del mundo entero. A todos • AE
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