La cruz de cenizas, trazada en la frente de cada cristiano, no es solo
un recordatorio de muerte, sino, de modo inevitable, una prenda de
resurrección. Las cenizas del cristiano ya no son meras cenizas. El cuerpo de
un cristiano es un templo del Espíritu Santo, y aunque le sea fatal ver la
muerte, volverá otra vez a la vida en gloria. La cruz, con que las cenizas se
disponen sobre nosotros, es el signo de la victoria de Cristo sobre la muerte.
Las cenizas de este miércoles no son meramente un signo de muerte, sino una
promesa de vida. Y sin embargo, las cenizas son claramente una invitación a la
penitencia, al ayuno y a la compunción. De ahí el carácter aparentemente
paradójico de la liturgia del Miércoles de Ceniza. El evangelio nos invita a
evitar los signos exteriores de dolor, y cuando ayunemos, a perfumarnos la
cabeza y lavarnos la cara. Pero recibimos un golpe de ceniza en la cabeza. Debe haber dolor en este día de
alegría. Es un día en que el dolor y la alegría van de la mano: pues tal es el
significado de la compunción, una tristeza que traspasa, que libera, que da
esperanza y por tanto alegría. Sólo el desgarro interior, la ruptura del
corazón, produce esa alegría. Deja salir nuestros pecados, y deja entrar el
limpio aire de la primavera de Dios, la luz del sol de los días que avanzan
hacia Pascua • T. Merton, Tiempos de Celebración.
(The name of this blgs is "The Wife's Meditation", the Wife is the Church, who silently meditates on the Word of Christ, her Husband)
Amores y fuegos
M. Cabrera, Alegoría del Corazón de Jesús, óleo sobre tela,
Museo Andrés Blaisten, Ciudad de México.
Vuelo en alas del amor por toda
la casa. Tengo la impresión de andar dos pasos por el suelo y cuatro por el
aire. Esto es amor: Y es consuelo. No me preocupo si es consuelo. No estoy
apegado a las consolaciones. Amo a Dios. El amor me lleva por todas partes. No
quiero hacer nada más que amar. Y cuando suena la campana tengo que dominarme
apretando los dientes, porque este amor, amor secreto, amor escondido y amor
oscuro, bulle dentro de mí y fuera de mí, donde no me cuido de hablar sobre él.
En todo caso carezco de tiempo y de fuerzas para tratar tales materias. Sólo me
queda tiempo para la eternidad, es decir, para el amor, el amor, el amor. El
amor me empuja por todo el monasterio, me hace moverme de un lado a otro, el
amor es lo único que me permite seguir adelante. El amor, cuando comienza,
lleva un paso tan rápido que hay que sujetarse bien para no caer. Cualquier
ritmo de celeridad es demasiado lento para el amor; en tanto que ninguna
velocidad es excesiva para uno cuando se deja arrastrar por el amor. Tras ello
sólo queda bogar de continuo sobre su corriente. Esto me abrasa. Estoy
completamente agostado por el deseo, y sólo acierto a pensar en una cosa: permanecer
en el fuego que me quema • T. Merton
Simeón y su despedida
Nos cuenta san Lucas en su evangelio
que Simeón era un devoto judío a quién el Espíritu Santo le había prometido que
no moriría hasta haber visto al Salvador, ¡gran revelación! Y he aquí que cuando
la Virgen María, y San José, llevaban al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para
realizar la ceremonia de consagración del primogénito, Simeón estaba allí. En
aquel momento toma al niño en sus brazos y rompe a cantar el hermosísimo Nunc dimmitis que la Liturgia de la
Iglesia ha querido conservar en el rezo de las Completas, la más nocturna y
apacible de sus oraciones. El texto original griego dice así:
Nῦν ἀπολύεις τὸν δοῦλόν σου,
δέσποτα, κατὰ τὸ ῥῆμά σου ἐν εἰρήνῃ,
ὅτι εἶδον οἱ ὀφθαλμοί μου τὸ
σωτήριόν σου,
ὃ ἡτοίμασας κατὰ πρόσωπον πάντων τῶν
λαῶν,
φῶς εἰς ἀποκάλυψιν ἐθνῶν καὶ δόξαν
λαοῦ σου ᾿Ισραήλ.
mismo que san Jerónimo traduce al latín:
Nunc dimittis servum tuum, Domine,
secundum verbum tuum in pace:
Quia viderunt oculi mei salutare
tuum
Quod parasti ante faciem omnium
populorum:
Lumen ad revelationem gentium,
et gloriam plebis tuae Israel.
en el Oficio de Completas de la Liturgia de las Horas lo conocemos así:
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu
Salvador,
a quien has presentado ante todos
los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel •
y gloria de tu pueblo Israel •
Un loco y su carbón (2)
Kalyva [1]de la Preciosa Cruz, 2 de diciembre
de 1972.
Querida Hermana e Higúmena[2]Filotea,
¡bendita!:
(...) 11. Bienaventurados los padres que no utilizan nunca la expresión “no se hace” para dirigirse a sus hijos, sino que les enseñan a no hacer el mal por medio de una vida santa para que imiten sus hijos, siguiendo así todos alegres y con coraje espiritual a Cristo.
12. Bienaventurados los niños que han nacido
santos desde “las entrañas maternas” (Mt 19, 12 y Lc 1, 15), pero más aun los
que han nacido con todas las pasiones del mundo como herencia, han luchado
contra ellas con sudor, las han arrancado y han heredado el Reino de Dios “con
el sudor de su frente” (Gn 3, 19).
13. Bienaventurados los niños que han vivido desde su joven edad en un medio de santidad y han progresado sin penas en la vida espiritual. Pero mucho más bienaventurados, sin embargo, los niños dañados que no han sido del todo ayudados (al contrario, se les ha empujado al mal), pero cuyos ojos han brillado desde que han escuchado hablar de Cristo: han cambiado 180 grados, de un solo golpe han purificado sus almas y han salido del campo de la atracción terrestre para moverse sobre una órbita espiritual.
14. Felices los cosmonautas, dice el mundo, que gravitan en el espacio, en orbitas alrededor de la luna o incluso que caminan sobre la luna. Pero más bienaventurados los Paradisnautas[3] de Cristo, que se elevan hasta Dios y gravitan regularmente alrededor del Paraíso, la morada permanente de ellos, con las más rápidas naves espaciales y sin gastar mucho combustible: ¡nada más que un pedazo de pan tostado!
15. Bienaventurados los que dan gloria a Dios por la luna que les ilumina de noche. Más felices aun los que han comprendido que así como la luz de la luna no es la suya propia, la luz espiritual tampoco es propia de ellos, sino que es de Dios. Pues el espejo, el simple vidrio, o la tapa de una lata de conservas, no pueden reflejar la luz más que si los rayos del sol caen sobre ellos.
16. Felices, dice el mundo, los que viven en palacios lujosos y gozan de todas las comodidades. Pero más bienaventurados los que han simplificado sus vidas, se han liberado del nudo corredizo de esta evolución mundana que trae numerosas comodidades y se han librado de la angustia terrible propia de nuestra época contemporánea.
17. Felices, dice el mundo, los que pueden gozar de los bienes terrestres. Pero más bienaventurados los que dan todo a Cristo, privándose de toda consolación humana por Cristo y llegan a estar así día y noche junto a Cristo, en el seno de su divina consolación, que a veces es tan intensa que le dicen a Dios: “Mi Dios, tu Amor no puede soportarse, pues es inmenso y mi pequeño corazón no puede contenerlo”.
18. Felices, dice el mundo, los que ocupan los más grandes puestos y poseen las más grandes mansiones, pues ellos tienen todo lo que es necesario para vivir en la holgura. Pero más bienaventurados los que no tienen más que un nido para apoyarse, el alimento y la vestimenta –como escribe el divino Pablo (1 Tm 6, 8)-, y han llegado así a hacerse extranjeros del mundo de las vanidades: mientras que como hijos de Dios, ellos utilizan la tierra como un escalón, sus espíritus se encuentran sin cesar junto a Dios, su Buen Padre.
19. Felices los que se vuelven, por el alcohol, generales y ministros –aunque sea por algunas horas- estos puestos de los cuales el mundo se alegra. Pero más bienaventurados los que se han despojado de su hombre viejo, se han liberado de la materia y han llegado a volverse ángeles terrestres por el Espíritu Santo: han encontrado la divina llave del Paraíso y ellos beben y se embriagan sin cesar con el vino paradisíaco[4].
20. Bienaventurados los que han nacido locos y serán juzgados como locos, pues ellos entrarán así en el Paraíso sin pasaporte. Pero más bienaventurados y muchísimo más bienaventurados los sabios que se hacen locos por amor a Cristo y se burlan de la vanidad del mundo: su locura por Cristo vale más que todos los conocimientos y la sabiduría de los sabios del mundo entero.
Les suplico a todas las hermanas que rueguen a Dios para que me dé o más bien para que me tome el poco cerebro que poseo, para que me asegure así el Paraíso, dado que seré entonces juzgado como loco. O bien que me haga loco por su amor, a fin de que yo salga de mí mismo, que salga de la tierra y de la atracción terrestre, ¡pues sino mi vida de monje no tiene sentido! Como monje, yo me he blanqueado exteriormente. Pero me he enceguecido más y más interiormente por ser un monje negligente. Y me justifico diciendo que estoy enfermo, cuando lo estoy. Pero cuando estoy bien, me justifico nuevamente poniendo de pretexto la enfermedad, ¡es así que yo merezco unos buenos golpes! ¡Ore por mí! ¡Que Cristo y la Santísima estén con usted!
Con amor en Cristo, vuestro hermano, Monje Paissios •
[3] El Padre Paissios inventa la palabra
“paradisnauta” para oponerla a cosmonauta: son los hombres espirituales
gravitan alrededor del Paraíso como los cosmonautas gravitan en el cosmos.
[4] El Padre Paissios retoma el tema bien
conocido de la embriaguez espiritual, hace un juego de palabras entre el
alcohol (inopneuma) y el Espíritu Santo (Agio pneuma)
...
Père Païssios Moine du Mont Athos, Lettres (Édité par le monastère
Saint-Jean-le Théologien. Souroti de Thessalonique-Grèce 2005), pp. 235-242.
Un loco y su carbón (1)
Kalyva
[1]de la Preciosa Cruz, 2 de diciembre de 1972.
Querida
Hermana e Higúmena[2] Filotea, ¡bendita!:
Una locura
me ha agarrado hoy: he tomado la pluma, como un loco que escribe con su carbón
sus divagaciones sobre los muros, para escribir las mías sobre un papel y,
todavía más locura, enviárselas. Esta segunda locura, la hago por mi gran amor
a mis hermanas a fin de ayudarlas, al menos un poco. La razón de
mi primera locura tiene como origen cinco cartas que tratan distintos temas y
que recibí, una después de otra, en distintas partes de Grecia. Si bien los
acontecimientos que les habían sucedido eran una gran bendición, los remitentes
habían caído en la desesperación, pues ellos las veían según el mundo. Después de
haber pues respondido a sus cartas, como un loco –como le he dicho-, tomé la
pluma para escribirle esta carta, pues creo que una simple moneda de 0,5 dracma
de parte de vuestro hermano que permanece en el extranjero permitirá a cada una
de sus hermanas encender un cirio en su celda y ofrecer a nuestro Buen Dios su
alabanza. Yo
experimento una gran alegría cuando cada hermana lleva su propia cruz y conduce
su combate espiritual personal con celo. Incluso un
corazón tan grande y tan luminoso como el sol es poco para entregarlo a Cristo
en reconocimiento por sus inmensos dones y sobre todo por el honor tan especial
que nos ha hecho, a nosotros los monjes, de reclutarnos por un llamado personal
en su orden angélica. Un gran
honor es debido también a los progenitores que han sido juzgados dignos de
sellar una alianza con Dios. Desgraciadamente, por falta de comprensión, la
mayoría de los padres, en lugar de agradecer a Dios, se revelan, pues ellos ven
todas las cosas según el mundo –como las personas de las cuales le he hablado
más arriba, quienes fueron la causa de que yo tome la pluma para escribirle lo
que sigue:
1.
Bienaventurados los que han amado a Cristo más que a todas las cosas del mundo
y que viven lejos del mundo, junto a Dios en la alegría paradisíaca desde esta
tierra.
2.
Bienaventurados los que han logrado vivir en la oscuridad y han adquirido
grandes virtudes sin adquirir, en cambio, el menor renombre.
3.
Bienaventurados los que se han convertido en locos y han preservado así su
tesoro espiritual.
4.
Bienaventurados los que anuncian el Evangelio no por medio de palabras, sino
que lo viven y lo anuncian por su silencio, con la gracia de Dios, la cual es
la única que los delata.
5.
Bienaventurados los que se alegran de ser acusados injustamente más que de ser
alabados justamente por sus vidas virtuosas. Allí reside el signo de la
santidad, y no en una ascesis estéril ni en el gran número de las prácticas
ascéticas que si no se realizan con humildad y con el objetivo de despojarse
del hombre viejo, no hacen más que producir falsas ideas sobre sí mismo.
6.
Bienaventurados los que prefieren sufrir la injusticia más que practicar la
injusticia, que reciben tranquila y silenciosamente las injusticias, pues ellos
manifiestan en la práctica que creen en un solo Dios, el Padre Todopoderoso y
que esperan en Él su justificación y no de los hombres para ser vanamente
justificados aquí abajo.
7.
Bienaventurados los que han nacido inválidos o se han vuelto así por sus
propias imprudencias y que no se lamentan sino que dan gloria a Dios. Ellos
tendrán los mejores lugares en el Paraíso junto a los Confesores y a los
Mártires que han dado sus manos y sus pies por amor a Cristo y que ahora besan
con veneración los Pies y las Manos de Cristo.
8.
Bienaventurados los que han nacido feos y que son despreciados sobre la tierra,
pues, si ellos dan gloria a Dios y no se lamentan, tendrán los más bellos
lugares en el Paraíso.
9.
Bienaventurados son las viudas que, incluso involuntariamente, visten de negro
en esta vida y llevan una vida espiritual blanca como la nieve dando gloria a
Dios sin lamentarse, mucho más bienaventuradas que los desgraciados que se
visten de colores y llevan una vida de desenfreno de muchos colores.
10.
Bienaventurados y mucho más bienaventurados los huérfanos que han sido privados
de la inmensa ternura de sus padres, pues ellos han sido juzgados dignos de
tener a Dios por Padre ya desde esta vida y, la ternura paterna de la que han
sido privados es colocada con intereses en la caja de ahorro de Dios (...) •
...
[1] kalyva:
así se llaman en el monte Athos a una pequeña habitación aislada provista de
una capilla en el interior, pero sin propiedades agrícolas, que es concedido
por un monasterio a un monje y algunos discípulos.
[2] Higúmena:
Madre Priora de un monasterio de mujeres.
...
Père Païssios Moine du Mont Athos, Lettres, Édité par le monastère Saint-Jean-le Théologien. Souroti de Thessalonique-Grèce
2005, pp. 235-242.
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