Solemnity of the Body and Blood of Christ (Cycle A. 2020)



Jesus! my Lord, my God, my all!
How can I love Thee as I ought?
And, how revere this wondrous gift,
So far surpassing hope or thought?

Sweet Sacrament! we Thee adore!
O, make us love Thee more and more!

Had I but Mary's sinless heart
To love Thee with, my dearest King!
O with what bursts of fervent praise
Thy goodness, Jesus, would I sing!

O see! within a creature's hand
The vast Creator deigns to be,
Reposing infant-like, as though
On Joseph's arm, or Mary's knee.

Thy Body, Soul, and Godhead, all!
O mystery of love divine!
I cannot compass all I have,
For all Thou hast and art are mine!

Sound, sound His praises higher still,
And come, ye angels, to our aid,
'Tis God! 'Tis God! the very God
Whose power both man and angels made!

Ring joyously, ye solemn bells!
And wave, O wave, ye censers bright!
'Tis Jesus cometh, Mary's Son
And God of God, and Light of Light!

O earth! grow flowers beneath his feet,
And thou, O sun, shine bright this day!
He comes! He comes! O Heaven on earth!
Our Jesus comes upon His way!

He comes! He comes! The Lord of Hosts,
Borne on His throne triumphantly!
We see Thee, and we know Thee, Lord;
And yearn to shed our Blood for Thee.

Our hearts leap up; our trembling song
Grows fainter still; we can no more;
Silence! and let us weep - and die
Of very love, while we adore • 

Frederick W. Faber
...


Today’s feast is meant to help us grow in the understanding of the Eucharist and in our reverence for this great sacrament. We certainly need this reminder. We have the Most Blessed Sacrament in the tabernacle close to the altar, but many times we simply ignore this Presence and treat the Church merely as a meeting place #wrong We need to genuflect when we enter a pew and then spend a few moments in prayer, recognizing the One before whom we are kneeling. There are many ways that the Lord is present. He is present in the beauties of nature, and in the smile of a baby. He is He is present where two or three are gathered together in His Name, and He is present in the Word of Scripture.  But the greatest presence of the Lord possible for us on earth is the Real Presence of the Lord in the Blessed Sacrament. We cannot forget this. This is a day for us to reflect on what exactly happens at Mass.  Bread and Wine become the Body and Blood of the Lord. They do not symbolically become the Lord.  They become the Lord.  They do not signify the Lord.  They are the Lord.  Communion is not just the union of the community.  It is the union of the community with Jesus Christ, present in each person who receives communion and present in all of us together. When we receive communion, we are united through Christ with those present here and those present throughout the world. When we receive communion, we receive Jesus.  When we approach the Eucharist, we need to do this is a reverential manner, focusing in on the One we are about to receive.  It is important for our parents to remind their children continually that they need to receive the Lord with reverence.  We need to spend time praying to the Lord within us.  These prayers may consist in the communion hymn we share, but should also include quiet time of reflection, time to talk to the Lord within us. Once the bread and wine become the Body and Blood of Christ, they remain the Body and Blood of Christ. That is why we reverence the Blessed Sacrament in our tabernacles. That is why we spend time before the Blessed Sacrament when we have Eucharistic Adoration. I am saddened when I hear about people who leave the Catholic Church and join other faiths. I do not doubt their good intentions.  Nor do I doubt that they can have an experience of God’s presence in another worshiping community, but how can we, who have been called to the Eucharist, ever leave the Eucharist? Certainly, many good holy people have not been called to the Eucharist. But we have been called.  Once we have been admitted into this Presence, we cannot leave it. The beliefs of those of other denominations are to be respected.  The beliefs of those who do not acknowledge Christ are to be respected.  However, we are not respecting others if we hedge on our own faith. No, we need to be who we are.  We are Catholics.  We need to exalt in that which makes us uniquely Catholic.  We need to celebrate the Great, Awesome Gift of the Eucharist. The Solemnity of the Body and Blood of the Lord reminds us of who we are, who is present in the tabernacles of our churches, and what we are doing when we receive communion. Today is a good day to repeat over and over those words so endearing and so beautiful: O Sacrament most holy! O Sacrament divine! All praise and all thanksgiving be every moment Thine • AE


Altísimo Señor, que supiste juntar
a un tiempo en el altar
ser cordero y pastor.
Quisiera con fervor amar y recibir
a quien por mi quiso morir.

Cordero divinal por nuestro sumo bien
inmolado en Salén, en tu puro raudal.
De gracia celestial, lava mi corazón,
que fiel te rinde adoración.

Suavísimo maná, que sabe a dulce miel
ven, y del mundo vil nada me gustará.
Ven y se trocará del destierro cruel
con tu dulzura la amarga hiel.

Oh convite real, dó sirve el Redentor,
al siervo del Señor comida sin igual;
Pan de vida inmortal, ven a entrañarte en mí,
y quede yo trocado a ti •
...



En la solemnidad del Corpus Christi aparece una y otra vez el tema de la memoria: «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer […]. No olvides al Señor, […] que te alimentó en el desierto con un maná»[1]—dijo Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía»[2] —dirá Jesús a nosotros—. «Acuérdate de Jesucristo»[3] —dirá san Pablo a su discípulo. El «pan vivo que ha bajado del cielo»[4] es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros.  

Recuerda, nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros. «Acuérdate de Jesucristo». Recuerda. La memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin embargo, esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos. Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte. 

En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía. En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios. Memoria anamnética y mimética. En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número. Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros. La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. 

La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia[5], así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo, recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios. Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan»[6]. La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad. Que este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores. Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad • SANTA MISA Y PROCESIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO. HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO. Plaza de San Juan de Letrán, Domingo 18 de junio de 2017.


[1] Dt 8,2.14.16
[2] 1 Co 11,24
[3] 2 Tm 2,8
[4] Jn 6,51
[5] cf. Ex 16
[6] 1 Co 10,17

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