Jesus!
my Lord, my God, my all!
How
can I love Thee as I ought?
And,
how revere this wondrous gift,
So
far surpassing hope or thought?
Sweet
Sacrament! we Thee adore!
O,
make us love Thee more and more!
Had
I but Mary's sinless heart
To
love Thee with, my dearest King!
O
with what bursts of fervent praise
Thy
goodness, Jesus, would I sing!
O
see! within a creature's hand
The
vast Creator deigns to be,
Reposing
infant-like, as though
On
Joseph's arm, or Mary's knee.
Thy
Body, Soul, and Godhead, all!
O
mystery of love divine!
I
cannot compass all I have,
For
all Thou hast and art are mine!
Sound,
sound His praises higher still,
And
come, ye angels, to our aid,
'Tis
God! 'Tis God! the very God
Whose
power both man and angels made!
Ring
joyously, ye solemn bells!
And
wave, O wave, ye censers bright!
'Tis
Jesus cometh, Mary's Son
And
God of God, and Light of Light!
O
earth! grow flowers beneath his feet,
And
thou, O sun, shine bright this day!
He
comes! He comes! O Heaven on earth!
Our
Jesus comes upon His way!
He
comes! He comes! The Lord of Hosts,
Borne
on His throne triumphantly!
We
see Thee, and we know Thee, Lord;
And
yearn to shed our Blood for Thee.
Our
hearts leap up; our trembling song
Grows
fainter still; we can no more;
Silence!
and let us weep - and die
Of
very love, while we adore •
Frederick W. Faber
...
Today’s
feast is meant to help us grow in the understanding of the Eucharist and in our
reverence for this great sacrament. We
certainly need this reminder. We have the Most Blessed Sacrament in the tabernacle close
to the altar, but many times we simply ignore this Presence and treat the Church
merely as a meeting place #wrong We need to
genuflect when we enter a pew and then spend a few moments in prayer,
recognizing the One before whom we are kneeling. There are many ways that the
Lord is present. He is present in the beauties of nature, and in the smile of a
baby. He is He is present where two or three are gathered together in His Name,
and He is present in the Word of Scripture.
But the greatest presence of the Lord possible for us on earth is the
Real Presence of the Lord in the Blessed Sacrament. We cannot forget this. This
is a day for us to reflect on what exactly happens at Mass. Bread and Wine become the Body and Blood of
the Lord. They do not symbolically become the Lord. They become the Lord. They do not signify the Lord. They are the Lord. Communion is not just the union of the
community. It is the union of the
community with Jesus Christ, present in each person who receives communion and
present in all of us together. When we receive communion, we are united through
Christ with those present here and those present throughout the world. When we
receive communion, we receive Jesus.
When we approach the Eucharist, we need to do this is a reverential
manner, focusing in on the One we are about to receive. It is important for our parents to remind
their children continually that they need to receive the Lord with
reverence. We need to spend time praying
to the Lord within us. These prayers may
consist in the communion hymn we share, but should also include quiet time of
reflection, time to talk to the Lord within us. Once the bread and wine become
the Body and Blood of Christ, they remain the Body and Blood of Christ. That is
why we reverence the Blessed Sacrament in our tabernacles. That is why we spend
time before the Blessed Sacrament when we have Eucharistic Adoration. I am saddened
when I hear about people who leave the Catholic Church and join other faiths. I
do not doubt their good intentions. Nor
do I doubt that they can have an experience of God’s presence in another
worshiping community, but how can we, who have been called to the Eucharist,
ever leave the Eucharist? Certainly, many good holy people have not been called
to the Eucharist. But we have been called.
Once we have been admitted into this Presence, we cannot leave it. The
beliefs of those of other denominations are to be respected. The beliefs of those who do not acknowledge
Christ are to be respected. However, we
are not respecting others if we hedge on our own faith. No, we need to be who
we are. We are Catholics. We need to exalt in that which makes us
uniquely Catholic. We need to celebrate
the Great, Awesome Gift of the Eucharist. The Solemnity of the Body and Blood
of the Lord reminds us of who we are, who is present in the tabernacles of our
churches, and what we are doing when we receive communion. Today is a good day
to repeat over and over those words so endearing and so beautiful: O Sacrament
most holy! O Sacrament divine! All praise and all thanksgiving be every moment
Thine • AE
…
Altísimo Señor, que supiste juntar
a un tiempo en el altar
ser cordero y pastor.
Quisiera con fervor amar y recibir
a quien por mi quiso morir.
Cordero divinal por nuestro sumo bien
inmolado en Salén, en tu puro raudal.
De gracia celestial, lava mi corazón,
que fiel te rinde adoración.
Suavísimo maná, que sabe a dulce miel
ven, y del mundo vil nada me gustará.
Ven y se trocará del destierro cruel
con tu dulzura la amarga hiel.
Oh convite real, dó sirve el Redentor,
al siervo del Señor comida sin igual;
Pan de vida inmortal, ven a entrañarte en
mí,
y quede yo trocado a ti •
...
En la solemnidad del Corpus Christi
aparece una y otra vez el tema de la memoria: «Recuerda todo el camino que el
Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer […]. No olvides al Señor, […] que te
alimentó en el desierto con un maná»[1]—dijo
Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía»[2]
—dirá Jesús a nosotros—. «Acuérdate de Jesucristo»[3]
—dirá san Pablo a su discípulo. El «pan vivo que ha bajado del cielo»[4] es
el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la
historia del amor de Dios por nosotros.
Recuerda,
nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras
del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación;
nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el
Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para
una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin
ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho
por nosotros. «Acuérdate de Jesucristo». Recuerda. La memoria es
importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir,
llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin
embargo, esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien
debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y
acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro.
Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos.
Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de
permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa
dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida
exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte.
En cambio, la solemnidad
de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a
nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía. En el Pan de
vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra
memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de
Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor
de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por
eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta,
fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios. Memoria
anamnética y mimética. En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de
los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu.
Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y
mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que
hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran
número. Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos
reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el
amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo
de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio
de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros. La
Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el
Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor.
La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como
el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en
familia[5],
así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo, recibirlo juntos y
compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el
sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios.
Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos,
formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan»[6].
La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte
necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN
espiritual», la construcción de la unidad. Que este Pan de unidad nos sane de
la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para
sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría
de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores. Y ahora,
viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo:
memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la
unidad • SANTA MISA Y PROCESIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO. HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO. Plaza de San Juan
de Letrán, Domingo 18 de junio de 2017.
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