Tuesday of Fifth Week of Easter (5.12.2020)



François-Joseph Bosio, Peace riding in a triumphal chariot, (1828), 
Arc de Triomphe du Carrousel, Paris.

In the gospel reading this morning, Jesus promises the gift of peace to his followers. He immediately goes on to contrast the peace he gives with the peace the world gives. In the time Jesus lived and in the time John’s gospel was written, the Pax Romana, the Roman peace, was being heralded and praised throughout the empire. This peace that Rome brought was the fruit of conquest and oppression. This peace which the world of the time gave is not the peace that Jesus gives. The Lord’s peace is not the fruit of conquest, but is what Paul would call the fruit of the Spirit. It is the peace which comes to those whose lives are led by the Spirit and shaped by the Spirit. The primary fruit of the Spirit is love. Love and peace are dimensions of the one fruit of the Spirit. When we love with the Lord’s love, and it requires sacrifices, sometimes painful ones,  then we will know his peace and we will become channels of that peace to others • AE





Hoy, Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos dejará la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Hoy leemos sus palabras dichas antes de su crucifixión y que fueron escritas después de su Resurrección. En la Cruz, con su muerte venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz como la da el mundo, sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano. En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él, el Siervo de Yahvé, ha aceptado marcharse de este mundo con una salida sufriente y envuelta de serenidad. ¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido, escribió el santo Padre Benedicto XVI. Jesucristo sufre con serenidad porque complace al Padre celestial con un acto de costosa obediencia, mediante el cual se ofrece voluntariamente por nuestra salvación. Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido» • AE


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