Let
the earth rejoice and sing, alleluia!
At
the triumph of our King, alleluia!
He
ascends from mortal sight, alleluia!
Reigns
now at our Father’s right, alleluia!
He
who died upon a tree, alleluia!
Now
shall reign eternally, alleluia!
He
who saved our fallen race, alleluia!
Takes
in heav’n his rightful place, alleluia!
Jesus,
Lord, all hail to thee, alleluia!
On
this day of victory, alleluia!
Thou
didst shatter Satan’s might, alleluia!
Rising
glorious from the fight, alleluia!
Jesus,
Victor, hear our prayer, alleluia!
In
thy triumph let us share, alleluia!
Lift
our minds and hearts above, alleluia!
Strengthen
all men in thy love, alleluia!
While
in heaven thou dost gaze, alleluia!
On
thy Church who sings thy praise, alleluia!
Fasten
all our hope in thee, alleluia!
Till
thy face unveiled we see, alleluia! •
Robert
Williams and Melvin Farrell, S.S.
Today,
we are given to contemplate a pair of blessing hands —our Lord's last gesture
on earth. Or some footprints up on a mount —the very last visible sign of God's
steps on our earth. At times, this mount is also represented like a rock, and
His footprints remain carved on the rock, not on the earth. As if alluding to
that rock He mentioned that, soon, would be sealed by the wind and fire of
Whitsunday. Our iconography, since long, is using such suggestive symbols. And
also, the mysterious cloud —simultaneously, shadow and light— that, already in
the Old Testament, accompanied so many theophanies. The Lord's face would
simply dazzle and blind us. St. Leo the Great helps us to go still further in
this occurrence: «What was visible in our Savior has passed over into his
mysteries». Which mysteries? Those He has entrusted His Church with! The
blessing gesture is developed in the liturgy, the footprints on the earth show
the path to the sacraments. And they are the way that lead us to the plenitude
of our definite meeting with God. The Apostles had time to get used to that
other singularity of their Master throughout that period of forty days, when
the Lord does not “appears”, but, —faithfully following the literal
translation— “let’s himself be seen”. Now, in this last encounter, the
amazement is renewed. Because they now discover that, in future, they will not
only announce the Word, but they will instill life and health, with the visible
gesture and the audible word: through the baptism and the other sacraments. «I
have been given all authority in heaven and on earth». All authority... Go to
all nations... Teaching them to fulfill all... And He will be with them —with
his Church, with us— always! And this “always” reverberates through space and
time, while reaffirming us in our hopefulness and deep joy • AE
…
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quien gustó tu dulzura
¿qué no tendrá por llanto y amargura?
Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién
concierto
al fiero viento, airado,
Estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Amén •
Himno del Oficio de Laudes de la Liturgia
de las Horas.
Cada domingo lo repetimos: "Subió al
cielo, está sentado a la derecha del Padre". Son palabras de nuestra
profesión de fe, palabras del Credo, que nos recuerdan lo que celebramos hoy,
en este domingo de la Ascensión. Hoy celebramos que Jesús, Dios y hombre como
nosotros vive por siempre la vida de Dios. En la celebración de la Vigilia
pascual, en medio de la noche, en medio de la oscuridad, encendíamos una luz. Y
aquella luz nos precedía, y nosotros la seguíamos, y encendíamos nuestras velas
en la llama de aquel cirio. Y así significábamos que era Jesús quien nos
iluminaba, Jesús vivo, Jesús vencedor de todo mal y de la muerte. Aquel Jesús
muerto por amor y resucitado por la fuerza del Padre, aquel Jesús que llenó el
mundo de su Buena Nueva capaz de transformarlo todo, aquel Jesús que compartió
nuestra condición humana tan débil, aquel Jesús... aquel Jesús que nos ha
abierto a todos, a cada creyente, y a cada hombre y cada mujer del mundo
entero, un camino capaz de llenarnos de esperanza, de fuerza, de gozo, de
confianza. El Señor es uno como nosotros, un compañero nuestro, un amigo
nuestro, que ha vivido como nosotros desearíamos vivir, que ha amado como
nosotros querríamos amar, que ha entregado su vida como nosotros desearíamos
saber entregarla. Y porque ha vivido así, porque ha amado así, porque ha
entregado su vida así, ahora lo podemos reconocer como Señor, como camino, como
verdad, como vida para todos. Él mismo lo decía en el evangelio, despidiéndose
de sus discípulos: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra". Que quiere decir: "Todo lo que Dios es, todo lo que Dios
quiere mostrar a los hombres, el camino que Dios quiere que los hombres y
mujeres de este mundo sigan, y la tierra entera siga, se encuentra en mí, en la
manera como yo he vivido, en la manera como yo he amado, en la manera como yo
he entregado la vida". Ahora, el poder de Dios es Jesús, la vida de Jesús,
la muerte y la resurrección de Jesús. El domingo que viene acabaremos las
fiestas de Pascua celebrando el don del Espíritu Santo. Pentecostés. Es el don
que Jesús prometió a sus discípulos cuando se iba al cielo. El don que da
fuerza para ser testigos de la Buena Nueva de Jesús, continuadores de la obra
del amor de Dios que hemos conocido en Jesús. Preparémonos para ello de todo
corazón • AE
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