Veni
Sancte Spiritus
Holy
Spirit, Lord of light,
From
Thy clear celestial height
Thy
pure beaming radiance give.
Come,
Thou Father of the poor,
Come
with treasures which endure,
Come,
Thou Light of all that live.
Thou,
of all consolers best,
Thou,
the soul’s delightsome Guest,
Dost
refreshing peace bestow.
Thou
in toil art comfort sweet,
Pleasant
coolness in the heat,
Solace
in the midst of woe.
Light
immortal, Light divine,
Visit
Thou these hearts of Thine,
And
our inmost being fill.
If
Thou take Thy grace away,
Nothing
pure in man will stay;
All
his good is turned to ill.
Heal
our wounds; our strength renew;
On
our dryness pour Thy dew;
Wash
the stains of guilt away.
Bend
the stubborn heart and will;
Melt
the frozen, warm the chill;
Guide
the steps that go astray.
Thou,
on those who evermore
Thee
confess and Thee adore,
In
Thy sevenfold gifts descend:
Give
them comfort when they die,
Give
them life with Thee on high;
Give
them joys that never end.
Today,
the day of Pentecost, the fulfillment of the promise Christ made the Apostles
is finally accomplished. The evening of that Easter day He breathed on them and
said to them: «Receive the Holy Spirit»[1].
The Holy Spirit's arrival on the Day of Pentecost renews and brings this gift
to plenitude in a solemn way and with external manifestations. Thus culminates
the paschal mystery. Jesus conveys the Spirit into the disciples to create a
new human condition while producing unity. When man's arrogance made him think
he could defy God by building the Babel tower, God mixed their languages so
they could not understand each other anymore. With the Pentecost it just
happens the contrary: on the grace of the Holy Spirit, people from the most
varied origins and languages can understand the Apostles. The Holy Spirit is
the intimate and personal Master who guides the disciple towards the truth, who
motivates him to do good, who consoles him in the pain, who transforms him
intimately, while giving him a new strength and capacity. The first day of the
Pentecost of the Christian era, the Apostles were gathered around the Virgin
Mary, while praying. The recollection, and the praying attitude, are necessary
to receive the Spirit. «And suddenly there came from the sky a noise like a
strong driving wind, and it filled the entire house in which they were. Then
there appeared to them tongues as of fire, which parted and came to rest on
each one of them»[2].
They remained full of the Holy Spirit and, bravely, they started to preach.
Those fearful men had been transformed into courageous preachers unafraid of torture
or martyrdom. Which should not surprise us, for the Holy Spirit’s strength
dwelt within them! The Holy Spirit, the Third Person of the Blessed Trinity, is
my soul's soul, the life of my life, the entity of my entity; it is my
sanctifier, the guest in my deepest interior. To reach maturity in a life of
faith our relation with Him must be, time and again, more conscientious, more
personal. In this celebration of the Pentecost we must have the doors, deep
down us, wide open • AE
…
Veni Creator
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.
Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.
Cómo debía ser el inicio de todo? El
inicio del universo, de las estrellas, de las constelaciones, de las
incontables galaxias que parecen no tener límite, y nuestro planeta, la tierra,
que nace como un magma incandescente que puede adoptar todas las formas ¿Cómo
debía ser el inicio? La primera página de la Escritura tiene las
palabras perfectas: "La tierra era un caos informe; sobre la faz del
abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las
aguas"[1].
De aquí proviene todo, también nosotros: de ese aliento de Dios
que se cernía sobre la nada; de la fuerza de Dios, que es
origen de todo. Desde el inicio, el Espíritu de Dios ha fecundado el universo y
ha hecho nacer la vida. Ha empujado el largo camino que va desde la nada a nuestra
historia humana. Él, el Espíritu, es la presencia viva de Dios conduciendo toda
la realidad: la naturaleza, las plantas y los animales, y al final de todo, los
hombres y mujeres de esta tierra, que tenemos en nuestras manos todas las
posibilidades para que avance este gran tesoro de vida que nos ha sido
confiado. Hoy llegan a su término los cincuenta días en honor de Jesucristo
resucitado, los cincuenta días de la alegría por la vida nueva de nuestro Señor
crucificado. Y este final de la Pascua, este último día, es el día del
Espíritu. El Espíritu de Dios que se cernía sobre la nada y hacía nacer la vida
ese mismo lo celebramos hoy en su plenitud. Porque de la nada de aquel inicio,
de aquella primera vida débil que nació, de aquella primera pareja de hombre y
mujer que inauguraron también débilmente nuestra historia, ahora ha surgido
algo incomparablemente grande, algo definitivamente grande. En medio de esta
historia del mundo y de los hombres, como culminación de todo, ha aparecido un
hombre que ha vivido de la manera que sólo Dios puede vivir: haciendo que la
vida entera sea toda ella amor, vaciándose totalmente de sí mismo por amor. Eso
sólo es capaz de hacerlo Dios, y lo hizo con la fuerza del Espíritu de Dios. Y
Jesús, este hombre que ha aparecido en medio de nuestra historia, ha vivido de
esta manera única, y nosotros le reconocemos como Hijo de Dios, plenamente
lleno del Espíritu de Dios. Y celebramos que de su vida entregada por amor haya
surgido vida por siempre, vida definitiva. Eso es la Pascua, ésta ha sido
nuestra celebración de estos cincuenta días. Y hoy, en este último día, en este
día en que culminamos nuestra fiesta, celebramos de una manera especial que
toda esta obra del Espíritu continúa. Continúa en nosotros. El Espíritu que dio
origen al mundo y a la historia humana, el Espíritu que transformó esta
historia con Jesucristo muerto y resucitado, está en nosotros, nos es dado a
cada uno de nosotros. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Aquellos
apóstoles de Jesús, expectantes y un tanto atemorizados después de la
resurrección de su maestro, reciben una fuerza que nada puede detener, una
fuerza que los transforma. Y salen a la calle, y son capaces de entrar en
contacto con todo el mundo. Son capaces de librarse de toda barrera de raza o
cultura, para hacer llegar la llamada nueva y renovadora que viene de Jesús, la
llamada del Evangelio, la esperanza y el amor del Evangelio. Lo hemos escuchado
también, luego, en la segunda lectura. Todos somos muy diferentes, tenemos
maneras de hacer, cualidades, criterios, diferentes. Pero tenemos el mismo
Espíritu, y somos llamados a hacer fructificar este Espíritu para que la obra
de Jesús continúe. Y en el evangelio, escuchamos todas estas cosas de labios
del mismo Jesús. El, resucitado, daba la paz a los apóstoles, y les enviaba, y
ponía en su interior el Espíritu que les hacía capaces de ser verdaderos
discípulos, continuadores del camino que él había iniciado. Invoquemos con todo
el corazón que el Espíritu venga a nosotros, y nos llene de sus dones, para que
vivamos siempre la vida nueva del Señor resucitado • AE
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