Qué bueno sería que
lográramos transmitir nuestra fe a los hombres como buena noticia! Con
frecuencia, entendemos la evangelización como una tarea casi exclusivamente
doctrinal. Evangelizar sería llevar la doctrina de Jesucristo a aquellos que
todavía no la conocen o la conocen insuficientemente. Entonces nos preocupamos
de asegurar la enseñanza religiosa y la propagación del cristianismo frente a
otras ideologías y corrientes de opinión. Buscamos hombres y mujeres bien
formados, que conozcan perfectamente el mensaje cristiano y lo transmitan de
manera correcta. Tratamos de mejorar nuestras técnicas y organización pastoral.
Todo esto está muy bien pues la evangelización implica el anunciar el mensaje
de Jesucristo. Pero no es esto lo único ni lo más decisivo. Evangelizar no
significa solamente anunciar verbalmente una doctrina, sino hacer presente en
la vida de un pueblo, la fuerza humanizadora, liberadora y salvadora que se
encierra en el acontecimiento y la persona de Jesucristo. Entendida así la
evangelización, lo más importante no es contar con medios poderosos y eficaces
de propaganda religiosa sino saber actuar con el estilo liberador de Jesús y
poner una energía salvadora entre los hombres. Lo decisivo no es tener únicamente
hombres y mujeres bien formados doctrinalmente sino poder ofrecer testigos
vivientes y alegres y enamorados del evangelio. Creyentes en cuya vida se pueda
ver la fuerza humanizadora y salvadora que encierra el evangelio cuando es
acogido con convicción y de manera responsable. Los cristianos hemos confundido
demasiado ligeramente la evangelización con el hecho de querer que se acepte
socialmente «nuestro cristianismo». Por eso, las palabras de Jesús que nos
urgen a ser sal de la tierra» y luz del mundo al mismo tiempo nos animan a
hacernos preguntas muy graves. ¿Somos los creyentes una buena noticia para
alguien? Lo que se vive en nuestras comunidades cristianas, lo que se observa
entre los creyentes, ¿es realmente una buena noticia para la gente de hoy?
¿Para quiénes? ¿Ponemos los cristianos en la actual sociedad algo que dé sabor
a la vida, algo que purifique, sane y libere a los hombres de la descomposición
espiritual, de la violencia enquistada en nuestro pueblo, del egoísmo brutal e
insolidario? ¿Vivimos algo que pueda iluminar a quienes están a nuestro
alrededor en estos tiempos de incertidumbre? ¿Podemos ofrecer una esperanza y
un horizonte nuevo a quienes andan en busca de la salvación?[1]
Sí ¡hay tanto qué hacer! El punto de partida es uno: Jesucristo. Con él nos
encontramos en esta Eucaristía •
AE
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