Tiempo de vendar y curar las heridas (III Domingo de Adviento. Ciclo A. Domingo Gaudete).



La actuación de Jesús tiene desconcertado a Juan el Bautista. Él esperaba un Mesías...diferente, quizá uno que impusiera el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos, así es que desde la prisión donde espera la muerte envía un mensaje a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús le responde con su vida de profeta curador: “Decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres. Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso, se entrega a curar heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos que seamos compasivos como el Padre es compasivo. Y es que Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso, no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a todos, empezando por los pecadores y las prostitutas- su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos que no juzguemos. Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo o "porque está mandado" sino que lo hace movido por la compasión, buscando restaurar la vida de aquellos que están abatidos, tristes, con las almas todas rotas ¡Justo ellos son los primeros que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana! El Señor no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en el mundo. Él se mostraba médico que sus seguidores entendiésemos en qué dirección hemos de caminar. El Santo Padre Francisco no se cansa de repetirnos que curar heridas es una tarea urgente: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones..." Haciéndonos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela. Nos habla también de caminar con las personas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perderse. Que no olvidemos que al confiar su misión a los discípulos Jesús no les habló de ser doctores de la ley, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino médicos, llenos de amor y de ternura. La tarea que tenemos entre manos es doble: anunciar que el reino Dios está cerca y curar enfermos • AE

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