Baja del árbol, Zaqueo,
porque me invito a tu casa:
Dios amigo es el que pasa
y Él conoce tu deseo.
¡Qué feliz banquete aquel
en casa del publicano!
Un sospechoso paisano
y el Mesías de Israel.
Y la gente murmuraba,
que en casa de un pecador
se hacía amigo el Señor
y a tales gentes buscaba.
Y en medio de la comida
Zaqueo se puso en pie,
que quiere anunciar por qué
hubo un milagro en su vida.
Aquí, me tienes, Rabí,
convencido y fascinado,
y todo queda saldado
con solo mirarte a ti.
A los pobres, muy gustoso,
va la mitad de mis bienes:
ya soy tuyo, aquí me tienes,
de otros bienes ganancioso.
Y si en algo defraudé
al débil, tu preferido,
ya, mi Dios, arrepentido
cuatro veces pagaré.
¡Qué hermosa celebración
aquel día de manteles,
gracia y paz, sin aranceles,
y Jesús, de corazón!
Que este es hijo de Abraham,
Jesús radiante decía,
y ha venido la alegría
a hacerse en la mesa pan.
Hoy estoy en Jericó
aquí en mi dulce casita,
y el que vive y que me
invita
es Jesús, que no soy yo.
Mi Jesús, pura presencia:
puro ser, oír, sentir,
y sin nada que decir:
¡te adoro, mi Dios
querencia! •
P. Rufino Mª Grández,
ofmcap.
Puebla, 29 octubre 2010
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