Bienaventurada me
llamarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por
mí, su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación». Bienaventurada, alabada, invocada y amada, has sido, eres y
deberás seguir siendo, queridísima Madre María. Tu bienaventuranza, María, ha
de ser para nosotros ocasión renovada para reavivar nuestra fe y nuestro
compromiso cristiano, para ser fieles a nuestras tan hondas raíces cristianas y
marianas, para testimoniar, con nuestras vidas y obras, como hiciste tú, Madre
María, en toda tu existencia, como acabamos de escuchar en el Magníficat, texto
evangélico recién proclamado, que el nombre de Dios es grande. Qué Él, nuestro
Dios y tu Dios, el Dios de los cristianos, es grande, sí, es amor, es bondad,
es belleza, es paz, es bienestar, es libertad, es prosperidad, es solidaridad,
es justicia, es desarrollo humano integral para todos, comenzando por los
pobres, los enfermos, los ancianos, los parados, los drogodependientes, los refugiados,
los inmigrantes, los vagabundos, los sintecho y los excluidos y preteridos. Bienaventurada,
eres, sí, María Santísima, porque con tu Asunción gloriosa en cuerpo y alma a
los cielos –la fiesta que hoy nos congrega y que llena de fiesta y alegría el corazón de toda la Iglesia y de la
humanidad de bien- nos demuestras que la vida merece ser vivida haciendo el
bien y esforzándonos, como tú, en escuchar la Palabra de Dios y en servir a los
demás, singularmente a los más necesitados en el cuerpo y en alma. Que hay Vida
después de la vida. Que no somos mera materia, pasto de las llamas, de la
corrupción del sepulcro, del olvido y de la nada. Que todo puede y debe acabar
bien. Que el amor y la bondad de nuestro Dios es tan grande que con tu Asunción
nos enseña y nos muestra el camino: el camino del cielo. Camino del cielo, que
no puede esperar, pero que solo se gana y se labra en la tierra, en el afán
nuestro de cada día que fragua el rostro de la eternidad, y lo hace a través de
la vida sacramental y de piedad, del cultivo de virtudes esenciales como la
caridad, la humildad y la esperanza, de
la inserción eclesial y del apostolado generoso y fiel; a través, en suma, del
desarrollo de la vocación a la santidad que todos, como tú, santa entre los
santos, hemos recibido de nuestro bautismo, tal y como constantemente nos
recuerda el Santo Padre Francisco. Bienaventurada eres, sí, María Santísima,
porque con tu Asunción te conviertes, como reza el prefacio de la liturgia
eucarística de hoy, en la figura y en la primicia de la Iglesia –esto es,
pastores y fieles; esto es, todos los bautizados- que un día ha de ser
glorificada. Porque con tu Asunción te
conviertes, sí, en ejemplo de esperanza segura y de firme consuelo para todo el
pueblo santo de Dios peregrino. Bienaventurada eres, en suma, María Santísima
de la Asunción, porque tu vida y el testimonio que de ti ha hecho y ha dado el
pueblo cristiano, de generación en generación, es una prueba irrefutable de que
Dios existe y es santo, y es grande, y es amor. Y nada ni nadie merecen más la
pena que Él y que permanecer y crecer en su Iglesia para el servicio y la
contribución a una humanidad mejor, que adelante y prefigure, como acontece con
tu Asunción, los cielos nuevos y la tierra nueva. Te honramos queridísima Madre
María, Nuestra Señora, en el día de tu bendita Asunción, y te pedimos ¡te suplicamos! que no
apartes de nosotros nunca tu mirada y tu protección. Amén • AE
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