Today’s
Gospel invites us to think about is time to prune the bushes and plants in our garden.
But it’s not just the garden outside. Jesus tells the disciples: “I am the vine
and you are the branches. Whoever remains in me and I in him will bear much
fruit, because without me you can do nothing.”
We need to cut away the branches that are part of us that represent us cutting
corners of integrity, shaving compassion, slicing love – the things where I
turn away from God because I choose the path of consumption, greed and
selfishness. If we listen, really listen to and heed the word of God in our heart,
that word will bear fruit in our actions and our life, so let us listen to the
word of God and let it flower within us and grow. Today’s Gospel also reminds
of the Suscipe prayer of St. Ignatius. This prayer gets to the heart of
Jesus’ words in the Gospel: “Take Lord, and receive all my liberty, my memory,
my understanding, and my entire will, all that I have and possess. Thou hast
given all to me. To Thee, O lord, I return it. All is Thine, dispose of it
wholly according to Thy will. Give me Thy love and thy grace, for this is
sufficient for me” • AE
…
Hoy vemos de nuevo a Jesús rodeado por los
Apóstoles, a ellos les confía lo que podríamos considerar como las últimas
recomendaciones: aquello que se dice en el último momento, justo en la
despedida, y que tiene una fuerza especial, como de si de un postrer testamento
se tratara. Podemos imaginarlos en el cenáculo. Allí, Jesús les ha lavado los
pies, les ha vuelto a anunciar que se tiene que marchar, les ha transmitido el
mandamiento del amor fraterno y los ha consolado con el don de la Eucaristía y
la promesa del Espíritu Santo. El Señor no esconde a los discípulos los
peligros y dificultades que deberán afrontar en el futuro: «Si me han
perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán». Pero ellos no se han de
acobardar ni agobiarse ante el odio del mundo: Jesús renueva la promesa del
envío del Defensor, les garantiza la asistencia en todo aquello que ellos le
pidan y, en fin, el Señor ruega al Padre por ellos —por todos nosotros— durante
su oración sacerdotal. Nuestro peligro no viene de fuera: la peor amenaza puede
surgir de nosotros mismos al faltar al amor fraterno y al descuidar la unidad
con la Cabeza de este Cuerpo. Las palabras del Señor son claras: «Yo soy la
vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho
fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». Las primeras generaciones
de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de permanecer
unidos por la caridad, así lo decía san Ignacio de Antioquía: «Corred todos a
una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo
que procede de un solo Padre». He aquí también la indicación de Santa María,
Madre de los cristianos: «Haced lo que Él os diga» • AE
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