Wednesday of the Fifth Week of Easter.

READINGS OF THE DAY

Today’s Gospel invites us to think about is time to prune the bushes and plants in our garden. But it’s not just the garden outside. Jesus tells the disciples: “I am the vine and you are the branches. Whoever remains in me and I in him will bear much fruit, because without me you can do nothing.”  We need to cut away the branches that are part of us that represent us cutting corners of integrity, shaving compassion, slicing love – the things where I turn away from God because I choose the path of consumption, greed and selfishness. If we listen, really listen to and heed the word of God in our heart, that word will bear fruit in our actions and our life, so let us listen to the word of God and let it flower within us and grow. Today’s Gospel also reminds of the Suscipe prayer of St. Ignatius. This prayer gets to the heart of Jesus’ words in the Gospel: “Take Lord, and receive all my liberty, my memory, my understanding, and my entire will, all that I have and possess. Thou hast given all to me. To Thee, O lord, I return it. All is Thine, dispose of it wholly according to Thy will. Give me Thy love and thy grace, for this is sufficient for me” • AE

LECTURAS DEL DIA

Hoy vemos de nuevo a Jesús rodeado por los Apóstoles, a ellos les confía lo que podríamos considerar como las últimas recomendaciones: aquello que se dice en el último momento, justo en la despedida, y que tiene una fuerza especial, como de si de un postrer testamento se tratara. Podemos imaginarlos en el cenáculo. Allí, Jesús les ha lavado los pies, les ha vuelto a anunciar que se tiene que marchar, les ha transmitido el mandamiento del amor fraterno y los ha consolado con el don de la Eucaristía y la promesa del Espíritu Santo. El Señor no esconde a los discípulos los peligros y dificultades que deberán afrontar en el futuro: «Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán». Pero ellos no se han de acobardar ni agobiarse ante el odio del mundo: Jesús renueva la promesa del envío del Defensor, les garantiza la asistencia en todo aquello que ellos le pidan y, en fin, el Señor ruega al Padre por ellos —por todos nosotros— durante su oración sacerdotal. Nuestro peligro no viene de fuera: la peor amenaza puede surgir de nosotros mismos al faltar al amor fraterno y al descuidar la unidad con la Cabeza de este Cuerpo. Las palabras del Señor son claras: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». Las primeras generaciones de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de permanecer unidos por la caridad, así lo decía san Ignacio de Antioquía: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». He aquí también la indicación de Santa María, Madre de los cristianos: «Haced lo que Él os diga» • AE


No hay comentarios:

Publicar un comentario