Curiosamente para demostrar que él era el Mesías,
Jesús no quiso deslumbrar a los de
su pueblo con el brillo de sus milagros: no hizo ante ellos una maravillosa
multiplicación de pan y peces, ni curó a enfermos, ni convirtió el agua en
vino. Su afirmación clara y terminante acerca de su propia persona se basa en
que él, entonces, "evangelizaba a los pobres, pregonaba a los cautivos la
remisión y a los ciegos la vista; enviaba con libertad a los oprimidos y
pregonaba un año de gracia del Señor". Asín (sic), sin más brillos ni sonido de trompetas. Cada vez que un hombre trabaja para
que los demás conozcan de verdad el Evangelio, para que sepan que son hijos
de Dios y hermanos de los otros, que hay algo más allá de su mirada otros horizontes
y otras dimensiones, cada vez que esto ocurre se "está cumpliendo esta
escritura". Cada vez que alguien se esfuerza por conseguir la remisión
de los cautivos; por intentar un orden social más justo en el que hombres y mujeres no seas cosas ni objetos sino parte de un orden en el que se oigan las voces y
se valoren las ideas por encima de los intereses de clase (de cualquier clase),
cada vez que esto sucede, "se está cumpliendo esta escritura". Cada
vez que alguien intenta que los demás vean por encima de la miopía del
dinero, del poder, de la comodidad, del orgullo, del placer de ese
"yo" tan hinchado; cada vez que esto sucede,
"se está cumpliendo esta escritura". Cada vez que nos repetimos que queremos el amor y no la
guerra, cada vez que esto sucede, "se está cumpliendo esta
escritura". Desde Isaías hasta Jesús, al programa le quedaba todavía mucho
por cumplir. Desde Jesús hasta nosotros millares de hombres y mujeres en la tierra nos hemos esforzado por realizarlo, y muchos más lo intentarán cumplir. Hoy podríamos detenernos un momento, guardar silencio, y pensar si con nuestra vida y testimonio y en nuestra pequeña o gran parcela, puede, o no, cumplirse esta escritura • AE
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