A los cristianos se nos olvida cada tercer diario que decía mi mamá, que
la fe no consiste en creer en algo, sino en creer en Alguien. La fe, nuestra
fe, no es agarrarnos con uñas y dientes a un credo o aceptar ciegamente un
conjunto de doctrinas, por más sólidas que puedan parecer. Ser cristiano es en
realidad encontrarnos con Alguien vivo -Jesucristo- que da sentido radical a
nuestra existencia, que responde a las preguntas más apremiantes, a las que
tienen que ver con el amor, la muerte, la soledad, el dolor, la sexualidad, la
felicidad, el fracaso. Lo decisivo es encontrarnos con el Señor y descubrir,
por experiencia personal, que Él es el único que puede responder a todo lo anterior,
a nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas. Hoy por
hoy se hace cada vez más difícil creer en algo, sean instituciones o personas. Las
ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes
se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y deficiencias. No
sabemos voltear hacia la cruz del Señor para pedirle que sea Él quien renueve
todas las cosas[1].
El gran reto que tenemos por delante los cristianos hoy por hoy es el de
reavivar nuestra adhesión, sincera, profunda, a la persona de Jesús, y es que sólo
cuando vivamos seducidos por él podremos contagiar su espíritu y manera de entender
la vida, de lo contrario, seguiremos proclamando con los labios doctrinas sublimes,
pero viviendo una fe gris, legalista, mediocre, de oropel y albas de encaje; una
fe que apesta a viejo y que ya no convence a nadie. Hoy por hoy ¿Sabemos
responder a la pregunta que el Señor hace a los suyos? ¿Quién es Jesucristo para
ti, para mí? Ponen en boca de Arabi la frase esa tan entrañable: «aquel que ha quedado
atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse»[2] ¿Queremos
depender de Jesús y que él sea quien dirija nuestra vida? ¿Pensamos en él todos
los días y orientamos hacia él nuestras decisiones? “¿Qué quiere Jesús de
nosotros?” Le preguntaron al santo Padre Benedicto. “Quiere de nosotros que
creamos en Él. Que nos dejemos conducir por Él. Que vivamos con Él. Y que así
lleguemos a ser cada vez más semejantes a Él y, de este modo, lleguemos a ser
de la forma correcta”[3]• AE
[4]
[1] Cfr. Apoc 21, 5.
[2] Ben Arabi, fue un místico
sufí, filósofo y poeta musulmán andalusí. Sus importantes aportaciones en
muchos de los campos de las diferentes ciencias religiosas islámicas le han
valido el sobrenombre de “Vivificador de la Religión”.
[3] Benedicto XVI, Luz del Mundo.
El Papa, la Iglesia y los Signos de los tiempos. Una conversación con Peter
Swweald, Herder, México, 2010, p. 278.
[4] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 227
ss.
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