La reunión no podía ser mejor: los dos que regresan de Emaús cuentan y
cuentan y cuentan y no acaban: aquel caminante, después de explicarles lo del
Mesías (tema que emocionaba a cualquier judío) había partido el pan con ellos ¡y
entonces lo habían reconocido! ¡Era Jesús!... Bueno, pues a pesar del relato
optimista y lleno de detalles, los demás discípulos siguen sin creer, se
presenta en medio de ellos Jesús una vez más, y aquella presencia no les da
seguridad, ni les quita las dudas. Creen ver un fantasma. No se fían ni de
ellos mismos, aunque el evangelista tiene buen cuidado en anotar que no acababan
de creer por la alegría[1]… En
el evangelio de este domingo, el tercero dentro del tiempo de Pascua, vemos la
importancia que supone en la vida de Jesús la comida como signo de fraternidad,
como expresión de amistad y ocasión para comunicar su mensaje. Comiendo con
publicanos y pecadores Jesús revela para quién ha venido[2];
en una comida acoge aquella mujer, al parecer pecadora, y la defiende[3]; será
en otra comida, a la que él se invita, cuando dice que con él entra la salvación
en los hogares[4],
y en una cena, la cena más entrañable de la historia, adelantará su entrega, la
perpetuará en un sacramento, y tendrá para con los suyos las más hondas
expansiones, dejando aspectos fundamentales de su mensaje[5]. Y
será en varias comidas en las que Jesús se aparecerá a los suyos y los hará
partícipes de su Resurrección, de manera que el mismo Pedro lo recordará, años
más tarde: Nosotros, que comimos y
bebimos con él después que resucitó de entre los muertos[6].
Jesús les pide de comer a los apóstoles, y lo hace delante de ellos para fortalecer
su fe, para quitar sus miedos, para hacerles partícipes de su paz. La
sencillez, la cercanía, el diálogo, la fraternidad, ¡y una buena comida! son en
Jesús signos de una vida nueva •AE
[1]Lc 24, 41.
[2] Cfr. Id 5, 32.
[3]Cfr. Mt, 26, 7-10;
Mc 14, 3-9; Jn 12, 1-8.
[4] Cfr. Lc 19, 1-10.
[5] Mt, 26, 26-29; Mc
14, 22-25; LC 22, 22-23.
[6] Hech 10, 41.
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