El Domingo de Ramos del año 2006, la primera Semana Santa dentro de su
pontificado, lo presidia el Papa Benedicto XVI, y en su homilía de aquel día mencionó
algo que pienso es bueno volver a leer. Jesús, dijo, «entra en la ciudad santa
montado en un asno, es decir, en el animal de la gente sencilla y común del
campo, y además un asno que no le pertenece, sino que pide prestado para esta
ocasión. No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes
del mundo, sino en un asno prestado[1]. Para
comprender el significado de la profecía y, en consecuencia, de la misma
actuación de Jesús, debemos escuchar todo el texto de Zacarías, que dice así: El destruirá los carros de Efraím y los
caballos de Jerusalén; romperá el arco de combate, y él proclamará la paz a las
naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la
tierra[2]. Así
entendemos que el Mesías será rey de los pobres, pobre entre los pobres y para
los pobres, es decir, de las almas creyentes y humildes que encontramos en
torno a Jesús. Uno puede ser materialmente pobre, pero ¡ay! tener el corazón
lleno de afán de riqueza material y del poder que deriva de la riqueza. La
pobreza, en el sentido que le da Jesús -el sentido de los profetas y desde
luego de las Bienaventuranzas-, presupone sobre todo estar libres interiormente
de la avidez de posesión y del afán de poder. Ante todo, se trata de la
purificación del corazón, gracias a la cual reconocemos la posesión como
responsabilidad y como origen de ayuda a los demás, poniéndonos bajo la mirada
de Dios y dejándonos guiar por Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por
nosotros[3]. La
libertad interior es el mejor camino para superar la corrupción y la avidez que
arruinan al mundo; esta libertad sólo puede hallarse si Dios llega a ser
nuestra riqueza; sólo puede hallarse en la paciencia de las renuncias diarias,
en las que se desarrolla como libertad verdadera»[4].
Hasta aquí las palabras del Papa. Hoy celebramos el Domingo de Ramos, entrada
triunfal del Señor en Jerusalén. Hoy vemos a un rey pobre, a un rey que no
sigue los criterios del mundo. Hoy podríamos pedirle en el silencio de la oración,
en el silencio del corazón, que nos lleve por su camino y que pongamos en Él
nuestro corazón, que esperemos en Él, que nos sintamos muy orgullosos al
reconocerlo a Él como nuestra única y absoluta riqueza • AE
[1] San Juan nos relata que, en
un primer momento, los discípulos no lo entendieron. Sólo después de la Pascua
cayeron en la cuenta de que Jesús, al actuar así, cumplía los anuncios de los
profetas, que su actuación derivaba de la palabra de Dios y la realizaba.
Recordaron -dice san Juan- que en el profeta Zacarías se lee: No temas, hija de Sión; mira que viene tu
Rey montado en un pollino de asna (Jn 12, 15; cf. Za 9, 9).
[2] Za 9, 10
[3] Cfr. 2 Co 8, 9.
[4] Papa Benedicto XVI, Homilía en la
celebración del Domingo de Ramos, Plaza de San Pedro, XXI Jornada Mundial de la
Juventud, Domingo 9 de abril de 2006.
Ilustración: La pintura, datada entre 1550–1600 y que se encuentra en el Museo de
Arte de Glasgow (Reino Unido) es una de las así llamadas "pinturas de propaganda"
tan populares en período de la Reforma; el mensaje de la obra es claramente antipapal;
la oración final, traducida al castellano, dice algo así como: "... el
sirviente actúa en oposición al señor". La realidad es que atrás quedaron
los tiempos en los que los romanos pontífices actuaban como reyes temporales. El
Papa Juan Pablo I fue el último papa que usó el trono ceremonial (o silla
gestatoria) llevado en hombros en 1978. El Papa Juan Pablo II abandonó el uso
de la silla gestatoria completamente, también lo hizo Benedicto XVI y desde
luego su sucesor el Papa Francisco. Lo mismo sucedió con la tiara papal: Pablo
VI abandonó su uso en el Concilio Vaticano II, colocándola de forma simbólica
sobre el altar de la Basílica de San Pedro, y donando su valor a los pobres.
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