Se levantó, salió y se fue a
un lugar solitario, donde se puso a orar. Cuatro
verbos seguidos utiliza el evangelista para describir ese momento de la vida
del Señor[1]. En
el evangelio de éste domingo vemos que Jesús no se deja destruir por el
activismo. Rodeado de personas que se agolpan sobre él, incluso después de anochecer,
Jesús sabe encontrar un tiempo para reavivar su espíritu. Cuando, al amanecer los
discípulos lo buscan de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a
continuar su vida tan llena de servicio. El cansancio es algo con lo que debemos
contar. Siempre. Las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros.
Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros tiempos. Hay momentos del día en
los que sentimos con especial fuerza la falta de aliento, la impotencia, el
hastío. Las raíces del cansancio pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos
dispersan, la actividad constante nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra
vida y nuestro trabajo nos aburres. Perdemos energías en las mil contrariedades
y roces de cada día y al final no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras
fuerzas. Nos vaciamos quizás generosamente a lo largo del día pero no cuidamos
el alimento de nuestro espíritu. ¿Qué hacer cuando la alegría interior se nos
escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento? Quizás, lo primero sea aceptar
con paciencia el cansancio como compañero de camino, pero al mismo tiempo hemos
de recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces.
Una oración callada, humilde y confiada esta siempre al alcance de nuestra mano,
oración que puede devolvernos el aliento y la vida en las horas bajas del
cansancio y el agobio. Todos necesitamos de una manera u otra retirarnos a un
lugar solitario para enraizar de nuevo nuestra vida en lo esencial. Necesitamos
más silencio y soledad para reconocer con paz aquellas pequeñas cosas que hemos
agrandado indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente
grandes e importantes que hemos descuidado día tras día[2]. Esa
oración no es huida cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y
renovación del espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio,
es imitar al Señor, que también se cansaba y también se retiraba al silencio y
la oración •AE
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