El Señor sana los
corazones destrozados,
venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas,
a cada
una la llama por su nombre
(Salmo 146)
Tu poder, Señor, se extiende del corazón del
hombre a las estrellas del cielo. Eres Dueño del hombre y Dueño de la creación,
y aquí proclamo los dos reinos de tu poderío en una sola estrofa y abrazo con
un solo gesto todo el inmenso territorio de tu dominio. El latir del corazón
del hombre y las órbitas de los cuerpos celestes, la conducta humana y las
trayectorias astrales, la conciencia y el espacio. Todo está en tu mano. Y a mí
me alegra pensar en ello. Al cantar tu poder, canto mi alegría. Si sabes
manejar las estrellas, ¿no vas a saber manejar también mi corazón? Encárgate de
él, Señor, por favor. Tiene una órbita bastante loca; no es fácil saber hoy lo
que hará mañana; puede escaparse en cualquier momento por la tangente, como
puede estacionarse y negarse a avanzar con tozuda torpeza. Guíalo suavemente
hasta la órbita justa, Señor; vigila su curso y cuida su camino con providencia
suave y eficacia firme. Que sea estrella para alegrar el cielo nocturno sobre
el mundo de los hombres. Yo descanso, Señor, en tu sabiduría y tu poder. El
firmamento es mi hogar, y me paseo alegremente por toda tu creación bajo tu
mirada cariñosa. Llámame por mi nombre, Señor, como llamas a las estrellas del
cielo y a tus hijos en la tierra. Llámame por mi nombre como el pastor llama a
sus ovejas. Me alegra saber que conoces mi nombre. Usalo con toda libertad,
Señor, para llamarme al orden cuando me aleje, y a la intimidad cuando me
acerque con intimidad filial. Y úsalo un día, Señor, para llamarme a tu lado
para siempre • Carlos G. Vallés, Busco tu rostro. Orar con los salmos, Ed. Sal
Terrae, Santander 1989, p. 264.
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