Caravaggio, La vocación de San Mateo, óleo sobre lienzo (1599),
la obra fue
encargada para decorar la Capilla Contarelli
en la iglesia romana de San Luis
de los Franceses, donde aún se conserva.
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo
sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido.
Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las
señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros? Lo
que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los
males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no
querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación
antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se
transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una
amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el
huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras
expectativas. También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento
de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por
negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por
desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los
cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por
máquinas que hacen llover instrumentos de muerte. El amor se enfría también en
nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de
describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia
egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas
guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo
aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero •
(extracto del Mensaje para
la Cuaresma del Santo Padre Francisco; el texto completo puede leerse aquí).
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