El Señor llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Este
contestó: oí tu ruido en el jardín, me dio miedo y me escondí [1].
Miles de años después, los hombres seguimos sin querer llegar a esa cita con Dios:
rehuimos el encuentro, el diálogo, sin embargo, para nuestra fortuna existió –¡existe!-
una criatura que se dejó encontrar, que respondió rápidamente, que se
comprometió profundamente, que dio un sí
que aún resuena en el aire: He aquí la
esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra[2].
Dios encontró el sí perfecto,
encontró a una criatura dispuesta a recibir, antes incluso que a dar. Una
criatura libre de preocupaciones egoístas, vaciada de sí misma que ha
desterrado el orgullo, repudiado el amor propio y convertido en pura acogida. No
es una criatura vacía. Sino una criatura que ha sabido hacer el vacío. La Virgen
María es aquella que ha permitido a Dios hacer y obrar libremente en ella. Muchos
nos obsesionamos por entender lo que hay en la mente de Dios y los planes que
tiene con nosotros. La Virgen descubrió en silencio –sus palabras son muy
pocas- que lo primero que tenía que hacer era dejar hacer a Dios; dejarse hacer
por Él, ser tomada por Él, abandonarse al poder de su Espíritu. Cuando ella ha
asentido a lo que se le propone, el texto dice, sin más, que el ángel se retiró[3].
Siempre me ha impresionado este detalle en la anunciación. No es un fin alegre.
En todo caso es un fatigoso y comprometido inicio. María queda sola. Ya no
habrá ninguna comunicación extraordinaria. Ningún mensaje que le dé garantías y
elimine las dudas. Debe hacer el camino con la ayuda de la propia fe, como
nosotros; los ángeles no vuelven a aparecer en la vida de la Virgen, al menos
los evangelios no nos lo dicen. A lo largo de la vida de María saltarán los por
qué, y deberá llegar a la luz a través de las tinieblas más espesas, no a través
de las respuestas más aseguradoras. El ángel cumplió su misión, terminó de
hablar y se marchó. A partir de ése momento la Virgen tendrá que preguntar para
saber algo. Para entender mejor, como todos los mortales. Empezará a conocer el
camino recorriéndolo; encontrará la verdad haciéndola. Aquí está, una vez más, la
paradoja que aparece en toda la Escritura y que la Virgen María vivió hasta las
últimas consecuencias. Sí debe ser para
nosotros la más frecuente de nuestras palabras, la oración decisiva. Que la
Santísima Virgen María en el misterio de su Inmaculada Concepción que
celebramos esta mañana quiera interceder por nosotros para que seamos más
acogedores, más abiertos ante el don Dios, ante su invitación llena de amor y
de alegría[4]
•AE
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