Dirigirse al Señor en la oración implica un acto radical de confianza,
con la conciencia de fiarse de Dios, que es bueno, «compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» Por ello hoy quiero reflexionar
con vosotros sobre un Salmo impregnado totalmente de confianza (…) El Señor es mi pastor, nada me falta:
así empieza esta bella oración, evocando el ambiente nómada de los pastores y
la experiencia de conocimiento recíproco que se establece entre el pastor y las
ovejas que componen su pequeño rebaño. La imagen remite a un clima de
confianza, intimidad y ternura: el pastor conoce una a una a sus ovejas, las
llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él. Él
las cuida, las custodia como bienes preciosos, dispuesto a defenderlas, a
garantizarles bienestar, a permitirles vivir en la tranquilidad. Nada puede
faltar si el pastor está con ellas. La visión que se abre ante nuestros ojos es
la de praderas verdes y fuentes de agua límpida, oasis de paz hacia los cuales
el pastor acompaña al rebaño, símbolos de los lugares de vida (…) el pastor
sabe dónde encontrar hierba y agua fresca, esenciales para la vida, sabe
conducir al oasis donde el alma «repara sus fuerzas» y es posible recuperar las
fuerzas y nuevas energías para volver a ponerse en camino (…). También
nosotros, como el salmista, si caminamos detrás del «Pastor bueno», aunque los
caminos de nuestra vida resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia
incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con un sol de
racionalismo ardiente, bajo la guía del pastor bueno, Cristo, debemos estar
seguros de ir por los senderos «justos», y que el Señor nos guía, está siempre
cerca de nosotros y no nos faltará nada. Quien va con el Señor, incluso en los
valles oscuros del sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas
humanos, se siente seguro. Tú estás
conmigo: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene. La oscuridad
de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad para distinguir
los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el rebaño se mueve
después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace incierta, es normal
que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar, de alejarse o de
perderse, y existe también el temor de que posibles agresores se escondan en la
oscuridad. Las imágenes de este Salmo,
con su riqueza y profundidad, acompañaron toda la historia y la experiencia
religiosa del pueblo de Israel, y acompañan a los cristianos. El Salmo 23 nos
invita a renovar nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus
manos. Por lo tanto, pidamos con fe que el Señor nos conceda, incluso en los
caminos difíciles de nuestro tiempo, caminar siempre por sus senderos como
rebaño dócil y obediente, nos acoja en su casa, a su mesa, y nos conduzca hacia
«fuentes tranquilas», para que, en la acogida del don de su Espíritu, podamos
beber en sus manantiales, fuentes de aquella agua viva «que salta hasta la vida
eterna» • Santo Padre Benedicto XVI, Audiencia General, Plaza de San Pedro, Miércoles
5 de octubre de 2011.
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