Difícil esto de entender la actitud del Señor con ésta mujer cananea.
Estamos acostumbrados a un Jesús tierno y cercano que casi siempre se adelanta
a las necesidades de los que se le cruzan por el camino. Hoy encontramos a una
mujer que pide a Jesús algo pero no para ella sino para alguien a quien quería
más que a ella misma: su hija. Jesús sin embargo se resiste, y se resiste
duramente, o al menos así parece, se resiste hasta arrancar del corazón de aquella
madre una de las más preciosas oraciones que recoge el Evangelio[1].
Tan preciosa que venció totalmente el corazón del Señor. Fue así que llegó el
milagro. A lo largo de la vida hemos sentido eso que alguien llamo “el silencio
de Dios”: Situaciones inexplicables, incomprensibles, que aparentemente no tienen respuesta [mientras escribimos esto son ya trece las personas muertas por un atentado terrorista en las calles
de Barcelona, en España]. A veces nos sentimos como debió sentirse aquella cananea: rechazados,
excluidos. Pero hay que saber ir más allá, y perseverar en la oración ¡Qué
bueno es orar! Hoy también. En medio del trabajo, de la prisa; entre el ruido y
el aturdimiento, a pesar de las muchas cosas que hay que hacer, por encima de
los compromisos sociales y de las diversiones; en los días hábiles y en los de descanso,
en el campo y en la ciudad, en casa y en
la parroquia, ¡qué bueno encontrar sitio y un momento para hablar con Él!
Los cristianos no podemos existir sin esos momentos de intimidad sincera,
calmada y reconfortante, igual que cualquier ser humano apenas puede entenderse
sin esos momentos de conversación sincera, pausada y reconfortante con los otros hombres y, sobre
todo, con aquéllos con los que comparte
ilusiones y proyectos. ¿Es posible imaginar a unos novios que no
hablasen nunca, o matrimonios que no tengan nada que decirse? ¿Hay amigos que
no tengan frecuentes y largas conversaciones? Si el hombre no habla con aquéllos
que le rodean y, sobre todo, con aquéllos con los que comparte su vida, es que está
perdiendo una de sus más preciosas facultades y está fabricándose un mundo
de soledad y de angustia. Los cristianos
tenemos un Dios personal con el que compartimos la vida, con todas sus
ilusiones y sus decepciones, un Dios con el que hablamos, con el que contamos, a
quien pedimos, como la cananea. Dios y el cristiano son dos amigos que
entretejen juntos cada día y repasan juntos cada acontecimiento. Y esto no
puede hacerse sin orar. Hoy más que nunca debemos reconquistar en nuestra vida
el tiempo y el espacio para la oración, para un encuentro amoroso con Dios; un
momento en el que repasemos con Él nuestro modo de entender la vida, nuestro
modo de realizarla; nuestras opiniones…nuestro ¡todo! La oración es el momento
de acercarnos a su fuerza, a su bondad, a su misericordia, para hacernos poco a
poco semejantes a Él. En este vértigo que nos rodea a todos, en la época del ruido
y la velocidad, triste cosa es la pérdida del sentido de lo sagrado, el espacio
de oración. Pidamos este domingo que Él nos regale el deseo de ponernos en contacto
con Él para encontrar la respuesta a lo que pedimos y a lo que necesitamos en cada momento de esta vida
• AE
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