Autor anónimo, Dios Creador y
Providente, tinta y tempera sobre oro,
Bible Moralisée (a. 1250) Osterreichische Nationalbibliothek, Viena (Austria)
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Bible Moralisée (a. 1250) Osterreichische Nationalbibliothek, Viena (Austria)
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En otros tiempos, Dios era una
palabra llena de sentido para millones de hombres y mujeres. Hoy son cada vez
más los que se avergüenzan de hablar de Dios de manera seria. Para muchos, el
término [Dios] trae malos recuerdos y mejor no mencionarlo. ¿Cuál es la raíz
profunda de este ateísmo que sigue creciendo en el corazón de tantos que,
incluso, se llaman cristianos? Muchos de ellos han experimentado a Dios como un
tirano ante el que tenemos que defender nuestra libertad, rival invencible que
nos roba la espontaneidad y la felicidad. Sin darse cuenta, siguiendo la
invitación de F. Nietzsche, están matando en su corazón a este Dios indeseado
porque están secretamente convencidos de que es un ser que nos estropea la vida
coartando nuestra libertad. No saben que ese Dios tirano y dominador contra el
que inconscientemente se rebelan, es un fantasma que no existe en la realidad. Por
eso quizá la clave para recuperar de nuevo la fe en el verdadero Dios sería,
para muchos, descubrir que Dios es amigo humilde y respetuoso, compañero de camino,
no un ídolo satisfecho de sí mismo y de su poder. No es un tirano narcisista
que se goza y se complace en su omnipotencia. Dios no grita, no se impone, no
coacciona. Dios no se exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que
se quejan de que Dios es demasiado invisible y no interviene espectacularmente
en nuestras vidas, ni siquiera para reaccionar ante tantas injusticias. No han
descubierto todavía que Dios es invisible porque es discreto, porque respeta
hasta el final la libertad de los hombres. Este domingo en el que la liturgia
celebra a la Santísima Trinidad nos vuelve a recordar algo que olvidamos una y
otra vez: Dios es Amor, y su gloria y su poder consisten en amar. Para
nosotros, la gloria siempre es algo que sugiere renombre, éxito por encima de
todo, triunfo sobre los demás, poder que somete a los demás... La gloria de
Dios es otra cosa. Dios sólo es amor y, precisamente por eso, no puede sino
amar. Dios no puede manipular, humillar, abusar, destruir[1].
Dios sólo puede acercarse a nosotros para que nosotros podamos ser nosotros
mismos. «La gloria de Dios consiste en que el hombre esté lleno de vida» decía
san Ireneo ¡con cuánta razón! Tengo para mí que muchos hombres y mujeres
cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran a ese Dios humilde y
respetuoso, amigo de la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe
ni puede hacer otra cosa que querernos con locura. El libro de los Proverbios
recoge una de las frases más entrañables de todo el Antiguo Testamento: yo estaba entonces junto a Él, como
arquitecto; y era su delicia de día en día, regocijándome en todo tiempo en su
presencia, regocijándome en el mundo, en su tierra, y teniendo mis delicias con
los hijos de los hombres [2].
¿Abriremos la puerta de nuestro duro corazón a ése Dios que desea entrar para
regalarnos su paz y su alegría? •AE
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