El Señor envía su mensaje a la
tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la
escarcha como ceniza;
hace caer el hielo como migajas,
y
con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren (Sal 147)
La dulce nieve habla el silencio en
el paisaje de invierno. Gracia blanca del cielo para cubrir la tierra. El
descanso del invierno para frenar la carrera de la vida. Y la promesa de agua
para los campos helados cuando la nieve se derrita con los primeros fervores de
la primavera. Gracias por la nieve, Señor. Tu poder está escondido, Señor, en
los tiernos copos que se posan suaves sobre los árboles y la tierra. No hay
ningún ruido, ni presión, ni violencia; y, sin embargo, todo cede ante la mano
invisible del maestro pintor. Imagen de tu acción, Señor, suave y poderosa
cuando se encarga del corazón del hombre. Tu poder es universal, Señor. Nada en
toda la tierra se escapa a tu influencia. Todo el paisaje es blanco. Llegas a
las altas montañas y a los valles escondidos; cubres las ciudades cerradas y
los campos abiertos. Te presentas ante el sabio y ante el ignorante; amas al
santo y al pecador. Tu gracia lo cubre todo. Tu llegada es inesperada, Señor.
Me despierto una mañana, me asomo a la ventana y veo que la tierra se ha vuelto
blanca de repente, sin que sospechara nada la noche. Tú sabes los tiempos y las
horas, tú gobiernas las mareas y las estaciones. Tú haces descender en el
momento exacto la bendición refrescante de tu gracia sobre las pasiones de mi
corazón. Apaga el fuego, Señor, antes de que me queme. Señor del sol y las
estrellas, Señor de la lluvia y la tormenta, Señor del hielo y la nieve, Señor
de la naturaleza que es tu creación y mi casa: me regocijo al verte actuar
sobre la tierra y recibo con alegría a los mensajeros atmosféricos que me
llegan desde el cielo para confirmarme tu ayuda y recordarme tu amor. ¡Señor de
las cuatro estaciones! Te adoro en el templo de la naturaleza • Carlos G.
Vallés, Busco tu rostro. Orar los Salmos,
Ed. Sal Terrae, Santander-1989, pág. 265
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