El tema de la libertad cada día que pasa lo hablamos
con más ligereza y por tanto con más ambigüedad. Hay una liberación impuesta por el ambiente social que lejos de ser un
camino de crecimiento personal, es represión y anulación de una verdadera personalidad.
“¿Cómo, aún no te has liberado de tus telarañas?”, preguntan lo más
progresistas. Esa es la “invitación” que recibimos contantemente: romper con
tradiciones, costumbres o fidelidades pasadas, para entrar en otra esclavitud
impuesta por nuevas modas y presiones sociales. Hay quien se cree libre por romper
con todo lo prohibido anulando toda conciencia de culpabilidad, olvidando éste
es el camino para caer en la irresponsabilidad, en el narcisismo
autocomplaciente y la esterilidad. Otros quieren ser libres como el viento, y
rehuyen todo aquello que puede exigirles compromiso y entrega. Olvidamos con
facilidad que estamos hechos para ser libres no como pájaros, sino como criatruas,
como hombres y mujeres que han salido de las manos de un Creador. Ser libre es
una ilusión si no nos conduce a ser más humanos. ¿Qué es la libertad si no nos
lleva a una mayor fidelidad a nosotros mismos, una coherencia mayor con
nuestras convicciones más profundas, una búsqueda sincera y sacrificada de lo
que puede dar un sentido más digno y noble a nuestra vida? ¿Puede decirse que un
hombre se ha liberado por el simple hecho de haber superado escrúpulos
tradicionales en el campo religioso, moral y social, si vive aburrido, sin
proyecto ni horizonte alguno, incapaz de dar sentido a su vivir diario? ¿Puede
decirse que se ha liberado quien actúa movido únicamente por espíritu de
competencia, eficacia y éxito, utilizando su poder para imponerse a lo demás? Etamos
contagiados por eso que alguien ha llamado con tanta certeza «el mal de la
libertad», es decir, la búsqueda obsesiva de una libertad vacía de contenido,
que no quiere saber nada de entrega, fidelidad, solidaridad, crecimiento
personal y comunitario. Este domingo del Buen Pastor, el cuarto del tiempo de
Pascua es un buen momento para detenernos y reflexionar en el hecho de que ser
creyente es vivir vinculado a Cristo, ser totalmente sependiente por completo
de Él. Ahí está el quid que nos permite
dar un contenido humano a lu libertad. Cristo es la puerta que nos lleva a una auténtica
liberación[1],
Él mismo nos lo dice, esperando nuetra respuesta: Yo soy la puerta. Quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir,
y encontrará pastos. Responder a su llamada, orientar la vida en la
dirección que señala su mensaje, comprometerse en construir «el reino de Dios»,
es lo que puede ayudarnos a conocer la verdadera liberación • AE
[1]
J. A. Pagola, Buenas Noticias,
Navarra 1985, p. 53 ss.
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