Oíste, Virgen, que
concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino
por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya
es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados
infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra
de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en
seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos
todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos
ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida... ¿Porqué tardas?
Virgen María, da tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al
Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra;
pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu
seno a la Palabra eterna. Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista
de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu
sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas,
Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el
silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras. Abre, Virgen
dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas
al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta.
Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a
buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre
por la devoción, abre por el consentimiento. Aquí está –dice la Virgen- la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra • San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia, Homilía 4, 8-9: Opera omnia, edición
cisterciense, 4 (1966).
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