Bartolomeo Manfredi, Ecce Homo (1612), oil on canvas,
Memphis Brooks Museum of Art.
Today, we are asked to
contemplate the royal style of Christ, our savior. Jesus is a king, and
—precisely— the last Sunday of our liturgical year we will celebrate Our Lord
Jesus Christ the King of the world. Yes, He is King, but his kingdom is «a
kingdom of truth and life, of holiness and grace, of justice, love and peace»[1].
Amazing royalty! We men, with our terrene mentality, are not used to it. A good
king, a gentle king, who cares for the well-being of our souls: «My kingdom is
not of this world»[2].
He lets them do. With a mocking tone, the governor questioned him, “Are you the
king of the Jews?”. Jesus answered, ‘You say so’»[3].
And even more mockery: Jesus is equated to Barabbas, and the crowds are to
choose who is to be released, and they preferred Barabbas. And. Jesus remains
silent and He offers himself as a holocaust for us, who are judging him! When
He arrived in Jerusalem, early before, enthused and with simplicity, the very
large crowd spread their cloaks on the road, while others cut branches from the
trees and strewed them on the road. The crowds preceding him and those
following kept crying out and saying: ‘Hosanna to the Son of David; blessed is
he who comes in the name of the Lord; hosanna in the highest’»[4].
Yet, now, the very same ones are shouting: «Crucify him! ». This King is not obtruding himself on us, He
is offering himself. His royalty is full of the spirit of service. «He is not
coming to achieve glory, with pomp and splendor: He does not argue nor raises
his voice, He is not noticed in the street, for He is gentle and humble (...).
They do not spread before Him neither olive branches, nor tapestries or cloaks;
let us offer ourselves the maximum possible»[5]• AE
To all those who right
now cannot receive sacramental Communion, now is the moment to do a spiritual
Communion; Let us be sure that the Lord comes to our hearts:
I wish my Lord to
receive you, with the purity, humility and devotion with which your Most Holy
Mother received you, with the spirit and fervor of all the saints. Amen •
[1] Preface of the Solemnity of Our Lord Jesus Christ
the King.
[2] Jn 18:36.
[3] Mt 27:11.
[4] Idem.
[5] St. Andrew of Crete, bishop.
...
Giotto di Bondone, Escenas de la vida Cristo: entrada triunfal en Jerusalén (1305),
fresco de la Capilla de los Scrovegni (Padua).
Es Domingo de Ramos. Entramos en la contemplación del
camino de Jesús que, por amor, da la vida. En la cruz, en aquellas tinieblas
que se extienden por toda la tierra desde el mediodía hasta la media tarde, se
oye su grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" En
aquellas tinieblas, en aquellas palabras llenas de angustia, se concentra todo
el mal, todo el dolor, todo el pecado de la humanidad entera. Jesús experimenta
la tristeza, el abandono de la muerte. Incluso se siente abandonado por aquel
Dios a quien él llama Padre con tanta ternura. Hemos empezado nuestro encuentro
de hoy recordando la aclamación alegre de la gente que, en Jerusalén, recibe
con gozo a aquel profeta que llega de Galilea y proclama la Buena Nueva, la
vida nueva, el amor inmenso y transformador de Dios. Nosotros nos hemos unido a
aquella aclamación, y hemos afirmado que el camino de Jesús nos atrae, nos
llama hasta el fondo de nuestro corazón. Hemos afirmado que nosotros queremos
seguir este camino, queremos seguir a Jesús, queremos estar con él. Pero ahora,
después de escuchar este relato sobrecogedor de su pasión y muerte, nos damos
cuenta de las consecuencias que tiene aquel camino: Jesús defiende el amor y el
servicio a todos los hombres por encima de cualquier clase de ley; Jesús se
acerca a los pobres y a los débiles y proclama que son los preferidos de Dios;
Jesús se opone a la mentira y la dureza de corazón; Jesús llama a vivir de una
manera distinta, nueva. Y todo ello topa contra el muro de un mundo edificado
sobre el pecado, sobre la traición, sobre el dominio de unos sobre otros, sobre
la falsedad. Y Jesús estorba. Y Jesús es detenido, torturado, ejecutado en el
suplicio de la cruz. Mirándolo a él, colgado del madero, muriéndose por la sangre
que ha perdido, por la debilidad y la asfixia, nos damos cuenta que si queremos
seguir su camino, tenemos que cambiar mucho. Nosotros, una parte de cada uno de
nosotros, formamos parte de este mundo a quien Jesús estorba. Nosotros aún
pensamos y vivimos demasiado según los criterios de este mundo. Por eso, hoy,
al comenzar esta Semana Santa, debemos poner toda nuestra alma en Jesús y
pedirle, una vez más, que nos transforme, que nos acerque a él, que ponga en
nuestro corazón su mismo Espíritu. Y a la vez debemos pedirle que nos haga
vivir con mucha fe estos días santos que empezamos. Es la Semana Santa. Son días
de contemplación y el agradecimiento. Porque Jesús ha muerto por nosotros.
Porque Jesús nos ha abierto un camino de vida. Porque Jesús nos sigue llamando,
siempre, sin cansarse, a seguirlo • AE
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