Tus hijos no son tus hijos (Solemnidad de San José, esposo de la Santísima Virgen María, 2020)

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En el evangelio que escuchamos en esta solemnidad de San José recoge el momento en el que Jesús se queda en el templo[1]. Un texto difícil de interpretar. Jesús no pidió permiso a sus padres para quedarse entre los maestros de la Ley. Ni siquiera les dijo que lo iba a hacer, se quedó en Jerusalén porque –así lo entendemos- él mismo lo quiso. Quería a sus padres y los respetaba, pero se sentía libre e independiente de ellos. Su modo de actuar constituye una afirmación de su independencia y de su libertad. Con esta visita a Jerusalén, Jesús iba a ser integrado, como era costumbre, en la sociedad, en la Ley y en el sistema religioso judíos. Y es precisamente ése el momento que Jesús escoge para ejercer y reivindicar su autonomía: el modo de relacionarse con Dios era un asunto exclusivamente suyo. José y María, que eran fieles al Señor, no entienden el comportamiento de Jesús, a pesar de que ese comportamiento tenía, como razón última, la fidelidad de Jesús a su Padre Dios, sin embargo Jesús vuelve con sus padres a Nazaret y sigue sometido a su autoridad. Pero ese sometimiento es solo provisional. Cuando llegue el momento Jesús vivirá y actuará de acuerdo con la autonomía y la libertad que él, en este episodio, reclama como propias. Hoy, veinte siglos después, los padres -se dice- tienen el derecho de elegir el modelo de educación que prefieren para sus hijos. Y es verdad: ni la Iglesia ni el Estado pueden arrebatarles ese derecho y decidir en lugar de ellos. Pero ¿en qué consiste ese derecho? ¿En obligar al niño a pensar y a comportarse de una manera determinada? ¿En obligar al niño a aceptar ciertas ideas? ¿En sentirse ofendido, traicionado, cuando el hijo escoge un camino distinto del que los padres habían escogido para él? La educación de los hijos no puede ser una "domesticación de los hijos". Los padres tienen el derecho por encima de cualquier institución, de elegir la educación de sus hijos. Pero, a la hora de hacer la elección, tienen la obligación de procurar que esa educación que ellos eligen haga posible que el niño se convierta en un hombre libre, capaz de decidir por sí mismo la dirección de su vida. Los padres no tienen derecho a escoger para sus hijos una educación que los haga esclavos de una ideología, de ciertas creencias. Tienen el derecho y la obligación de facilitar a sus hijos el camino de la libertad. Porque la libertad pertenece al ser humano desde el momento mismo de su nacimiento. En su nombre, y mientras no pueda ejercerla por sí mismo, la ejercen sus padres, pero sólo a él le pertenece. El título de este breve comentario a propósito de la solemnidad de San José lo he tomado prestado de un poeta libanés que pone en boca de un profeta esta respuesta a unos padres que le pedían que les hablara de los hijos:

Vuestros hijos no son vuestros hijos. 
Son los hijos y las hijas del ansia de la vida por sí misma.

Vienen a través vuestro,
pero no son vuestros.

Y aunque vivan con vosotros,
no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor,
pero no vuestros pensamientos,
porque ellos tienen sus propios pensamientos.

Podéis abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
pues sus almas habitan en la mansión del mañana
que vosotros no podéis visitar,
ni siquiera en sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos,
pero no intentéis hacerlos a ellos como a vosotros.
Ya que la vida no retrocede
ni se detiene en el ayer[2]. [3] 

Esta mañana tenemos una oportunidad maravillosa para reflexionar delante del Señor sobre la educación que estamos dando a los más pequeños, sobre aquellas cosas que les enseñamos, de palabra y con el ejemplo, y sobre todo lo estamos despertando en ellos el sentido del misterio, del asombro, de lo sagrado. Podemos llenarlos de conocimientos pero si no sabemos enseñarles a comunicarse con ese Dios Padre bueno, y con su Hijo y con el Espíritu, habremos desperdiciado un tiempo precioso. Que José, el varo justo y obediente que Dios puso al frente de la Sagrada Familia nos ayude en éste examen de conciencia que hoy hacemos en silencio y atención • AE


[1] Cfr. Lc 2,41-51a.
[2] G. K. Gilbran, El Profeta. 
[3] R.J. García Avilés, Llamados a ser libres. Ciclo B. Edic. El Almendro, Madrid 1990, p. 251 ss. 

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