Con mucha sencillez la liturgia de hoy nos
invita a reconocer nuestra debilidad. ¡Cuánta distancia hay entre nosotros y el
Evangelio, entre nosotros y la vida de fidelidad del Señor! Hoy, si volvemos la mirada sobre nosotros mismos, sobre nuestra manera
de vivir, de actuar, brotarán desde lo más hondo de nuestro corazón aquellas
palabras que decíamos en el salmo: Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi
pecado. La invitación de hoy es a ser sinceros con nosotros mismos. Si nos
ponemos ante Dios no podremos gloriamos de nada. ¡Cuánto nos dominan nuestros
deseos y nuestros intereses! ¡Cuántas ganas tenemos de imponer nuestro criterio
y nuestra voluntad! ¡Qué poca capacidad de renuncia (de dinero, de tiempo, de
tranquilidad) para el servicio a los demás! ¡Qué poco nos esforzamos por
comprender a los que no son o piensan como nosotros! ¡Cuán poco presente
tenemos a Dios en nuestras vidas! Y además de reconocer la propia infidelidad también
hoy es un buen momento para levantar los ojos a Dios con confianza, con fe:
¡Misericordia, Dios mío, ¡por tu bondad! En este inicio de la Cuaresma, tenemos
que lanzarnos una mirada introspectiva y reconocer nuestro pecado. Y, al mismo
tiempo, mirar hacia Dios, nuestro Padre, y reafirmar nuestra confianza en su
amor. Hoy, la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza será esta señal de
reconocimiento. Será como decir: somos débiles, somos pecadores, no acabamos de
salir de esta situación, de este estado. Pero no será decírnoslo a nosotros
mismos, no será decirnos que no hay nada que hacer, que no hay salida. Será
decirlo ante Dios, reconocerlo ante Dios. Y decirlo y reconocerlo ante Dios es
decir y reconocer que en él está el perdón, la vida, la salvación, el amor
inagotable. Y todo eso se convierte entonces en un gran empuje para avanzar,
para caminar. Jesús, en el evangelio, nos ha hablado de este camino. Nos ha
dicho que tenemos que dar de lo nuestro a los que lo necesitan; nos ha dicho
que tenemos que orar, que tenemos que acercarnos a Dios con todo nuestro ser;
nos ha dicho que tenemos que ayunar, que tenemos que renunciar ¡a tantas cosas!
Y nos ha dicho que todo eso lo tenemos que hacer no para que nos vean y nos
feliciten, sino por fe, por amor, por deseo de fidelidad. En este tiempo de
Cuaresma hemos de vivir intensamente este empuje para avanzar. Cada uno de
nosotros tenemos que proponernos hacer de esta Cuaresma un verdadero paso
adelante en la vida cristiana. Reconociendo el propio pecado, poniendo toda
nuestra confianza en Dios, esforzándonos de verdad en el seguimiento de
Jesucristo. Para llegar llenos de gozo a la noche de Pascua • AE
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