En medio de un mundo masificado y una sociedad en la que todos usamos los mimos zapatos, los mismos teléfonos y bebemos el mismo tipo
de café, la liturgia de la Iglesia nos presenta este domingo -el segundo del
tiempo ordinario- esta preciosa lectura tomada del profeta Isaías. En ella nos
encontramos con un Dios que llama personalmente a cada uno de los
suyos desde el vientre de su madre[1].
Nada de masa ni de hombres y mujeres sin nombre ni rostro. El Señor ha pensado
en cada uno de nosotros y nos ha llamado por nuestro nombre marcándonos un
camino singular; llamada a la que hemos de responder con prontitud u alegría. Contagiados por esa masificación ambiental en la que
estamos inmersos, hemos caído también en lo mismo al relacionarnos con Dios. Somos cristianos como casi todos los que nos rodean y por las razones que
han tenido casi todos los que viven alrededor. Y también aquí nos
encontramos frente a frente con una llamada personal, directa; con un camino
que sólo cada uno de nosotros debe recorrer, con un Dios que espera una
respuesta que sólo cada uno de nosotros puede dar. Tenemos delante un reto
personal que debemos resolver individualmente. Esta llamada lleva consigo elegir
la luz como símbolo de la existencia: "te hago luz de las naciones"[2]. Aceptar esa misión supone responsabilidad y compromiso personal, algo a lo que
no estamos demasiado acostumbrados, porque supone actuar, decidir, elegir,
vivir, en una palabra. Quizá el gran pecado de nuestra vida cristiana sea un
pecado de omisión. Hemos sido llamados para ser luz del mundo y no hacemos casi
nada, o en algunas ocasiones, nada. Y, sin embargo, es urgente que seamos
capaces de acoger el reto de ser luz. Esta mañana es un buen momento para recordar que un día fuimos bautizados y marcados en el ama para siempre[3]. Hoy
es un buen día para sentirnos en comunión con aquellos que también recibieron la misma fe que nosotros y se esfuerzan por vivirla; unidos con esa comunidad que es la iglesia y que, a pesar de todas sus infidelidades y momentos oscuros, mantiene en el mundo el nombre de Jesús y su evangelio. Esta es quizá nuestra gloria -si se puede decir así- que en medio de una profunda miseria, podemos ser roca para los demás. Somos esa comunidad, el pueblo que el Señor ha reunido para que viva y haga conocer el camino que
él ha abierto para todos los hombres. Somos esa comunidad de hombres y mujeres fráfiles y fuertes que a lo largo y ancho de
todo el mundo se reúne diariamente para celebrar la Eucaristía al calor del Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo • AE
[1] Cfr. Is 49,3.5-6.
[2] Ídem.
[3] La foto fue tomada el 2 de Junio de 1973 en
la parroquia de nuestra Señora de la Paz, en Guadalajara, México, ¡el día de mi bautizo!
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