J.B. Gerloff, Los discupulos de Emaús, óleo sobre tela,
Abadía de Kornelimünster (Aquisgrán, en
Renania del Norte, Alemania.
...
El evangelio de éste domingo, el penúltimo del
tiempo ordinario, recoge las palabras de Jesús sobre las persecuciones y la
tribulación que habremos de enfrentar con paciencia[1]. Apenas se habla de la paciencia en
nuestros días y sin embargo pocas veces habrá sido tan necesaria como en
estos momentos de crisis, de incertidumbre e incluso de frustración. Pero la
paciencia de la que se habla en el evangelio no es una virtud propia del hombre
fuerte y aguerrido, como en Platón o Aristóteles, sino más bien, la actitud
serena de quien tiene el corazón puesto en un Dios sabio y fuerte que permite
que la historia camine -a veces tan incomprensible para nosotros- con
ternura y amor compasivos. Cuando el cristiano está animado por esta paciencia
no se deja perturbar por tribulaciones y crisis, sino que mantiene con ánimo sereno.
Su secreto está en la paciencia fuerte y fiel de ese Dios que, a pesar de tanta
injusticia absurda y tanta contradicción, sigue su obra hasta cumplir sus
promesas[2].
Al impaciente ciertamente la espera se le hace larga y por eso se crispa y se
vuelve tan intolerante. Aunque aparece violento, agresivo y fuerte, en realidad
es un hombre débil y sin raíces. Se agita mucho, pero construye poco; critica
constantemente, pero apenas siembra nada; condena, pero no libera y termina en
el desaliento, el cansancio y la resignación amarga. Ya no espera nada. Ya no
espera en nadie. El hombre paciente no se deja llevar por la tristeza: contempla
la vida con respeto y buen humor. Deja ser a los demás, no anticipa el juicio
de Dios, no pretende imponer su propia justicia a su manera ni separar
violentamente el trigo de la cizaña[3].
El hombre paciente lucha y combate día a día, precisamente porque vive animado
por una esperanza[4]. La paciencia
del creyente tiene sus raíces –profundas, fuertes- en ese Dios cercano y
compañero de camino. A pesar de las injusticias que encontramos en nuestro
camino y de los golpes que da la vida, a pesar de tanto sufrimiento absurdo o
inútil, Dios sigue su obra[5].
En Él ponemos hoy toda nuestra esperanza y nuestra fe, y a poco de terminar el
ciclo litúrgico e iniciar uno nuevo volteamos la mirada a María Santísima, a
quien llamamos también “vida, dulzura y esperanza nuestra” • AE
[1]
Curiosamente el término empleado por el evangelista (hypomone) significa entereza, aguante, perseverancia, capacidad de
mantenerse firme ante las dificultades de la vida, paciencia activa.
[2] Cfr. Ne 9, 8.
[3] Cfr. Mt 13, 24-30.
[4]
1 Tim 4, 10.
[5] Cfr. J. A. Pagola, Sin perder la dirección. Escuchando a San
Lucas. Comentario al Ciclo C, San
Sebastián, 1944, p. 123 ss.
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