En una
conversación entre Paul Ricoeur y Gabriel Marcel, decía el primero: «Me he
encontrado durante años en la situación extremadamente singular de un hombre
que cree profundamente en la fe de los demás y está perfectamente convencido de
que esa fe no es ilusoria, pero que, sin embargo, no se siente con fuerzas o
con derecho para hacerla propia»[1]. Hoy esta experiencia no es tan rara como
pudiera parecer. Son bastantes los que aprecian la fe de sus amigos, incluso la
envidian quizás, pero sienten que, honradamente, no pueden adherirse a esa
misma fe. Sienten que su fe está bloqueada. Falta una comunicación real con
Dios. No saben cómo encontrarse de nuevo con Él. Se hace imposible toda
relación. Algo parece haber muerto en su corazón creyente. Durante muchos años
han vivido la fe como un deber. Hoy la sienten, quizás, como un estorbo que les
impide vivir intensamente la experiencia humana. ¿Es posible desbloquear esa fe
amenazada de muerte? ¿Es posible descubrirla de nuevo en el fondo de nuestro
ser como una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra existencia? ¿Creer de
nuevo en «esa dulce y secreta intuición» -como decía Rilke- de un Dios que no
está lejos de ningún viviente y cuya ternura salvadora puedo experimentar yo
mismo? Sin duda, todo lo que es importante en nuestra existencia es siempre
algo que va creciendo en nosotros de manera lenta y secreta, como fruto de una
búsqueda paciente y como acogida de una gracia que se nos regala. En concreto: nuestra fe puede comenzar a despertarse de nuevo en nosotros, si le decimos al
Señor las mismas palabras de los discípulos: “Auméntanos la
fe”. Puede parecer una oración demasiado pobre, modesta y de poco prestigio.
Una oración dirigida a Alguien demasiado ausente e incierto. Lo que importa es
que sea humilde y sincera. Cuando uno lleva mucho tiempo decepcionado por la
religión e incluso distanciado interiormente de la Iglesia, cuando uno no puede
creer en Dios porque su silencio se le ha hecho muy grande, tal vez, sólo esta
oración humilde puede devolvernos a la fe viva. En medio de muchas dudas, este
grito, repetido sinceramente, puede hacernos dudar de nuestras propias dudas y
puede ayudarnos a descubrir de nuevo al Señor como fuente de vida. Lo que puede
cambiar nuestro corazón no son las palabras o las ideas, sino la amistad con
Aquel que está siempre en el corazón del hombre. Siempre[2]. En las palabras
del Santo Padre Francisco resuena esta misma idea: «Invito a cada cristiano, en
cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su
encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse
encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que
alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido
de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo
defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya
esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a
Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor,
pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito.
Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más:
Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de
acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete»
nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus
hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este
amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos
lanza hacia adelante!»[3]• AE
[1] Paul
Ricoeur (1913 - 2005) fue un filósofo y antropólogo francés conocido por su
intento de combinar la descripción fenomenológica con la interpretación
hermenéutica. Su pensamiento se ubica en la misma tradición que otros notables
pensadores como Edmund Husserl y Hans-Georg Gadamer. Gabriel Marcel (1889-1973)
fue un dramaturgo y filósofo francés. Sostenía que los individuos tan sólo
pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que se ven implicados
y comprometidos. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento,
calificado como existencialismo cristiano o personalismo.
[2] J. A.
Pagola, Buenas Noticias, Navarra, 1985, p. 351 ss.
[3]
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 3; el texto completo de la
exhortación puede leerse aquí:
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
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