Gracias te doy, Señor; por que soy
justo
porque pienso lo justo,
justamente,
sin apartarme un ápice de mi
cierto criterio,
sin dejar de ordenar el día de
mañana
como ha de ser, porque Tú has
mirado
esta virtud tan exacta que sólo Tu
grandeza
no confundirá con ese otro que,
allí apartado,
ensucia el aire con su pensamiento
nacido en la injusticia, nutrido
en la injusticia
de no acatar la letra de tu
autoridad divina.
A alzar no me atrevo al cielo mi
mirada,
porque tengo conciencia que mis
párpados pesan
de oscuridad y ansia de verte,
como he de hallarte, si eres Tú
justicia
y no he encontrado en mí caridad
suficiente
para que yo merezca tu
misericordia.
Sólo sé que Tú eres cierto y yo la
incertidumbre;
sólo Tú el justo, yo la humana
injusticia
que atiende a la apariencia, junto
a ella se queda,
conjeturando siempre ajenas
intenciones.
Sólo Tú, el eterno, y yo el
hombre-tiempo,
espejo en el mundo y soledad
íntima
que si no la colmas con un
fragmento tuyo,
ni tiempo es, nonada, lo que ellos
quieran
aunque me sostenga ese albedrío
concedido por Ti,
fuerte de tu poder, débil en mi
ejercicio.
Haz valer tu caridad por sobre mi
injusticia
y al borrarme el pecado, reabriré
mis ojos
para conocerte a Ti y a mi fiel
hermano,
ése que, a distancia, también te
está orando •
Roque Esteban Escarpa.
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