(XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C)



El pobre Lázaro está allí mismo, muriéndose de hambre, pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo espléndidamente ajeno a su sufrimiento[1]. No atraviesa esa puerta que le acercaría al mendigo. Al final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un inmenso abismo. Esta parábola, la única en la que el personaje tiene un nombre concreto –Lázaro- es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del otro. Junto a nosotros hay cada vez más inmigrantes, con la diferencia de que no son personajes de una parábola: son hombres y mujeres de carne y hueso. Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. ¿Estamos aprendiendo a acogerlos o seguimos viviendo nuestro pequeño bienestar, indiferentes por completo a su sufrimiento? Esta indiferencia sólo se disuelve dando pasos que nos acerquen a ellos. Tal vez, podemos comenzar por aprovechar cualquier ocasión para tratar con alguno de ellos de manera amistosa y distendida, y conocer de cerca su mundo de problemas y aspiraciones ¡Que fácil es descubrir que todos somos hijos e hijas de la misma Tierra y del mismo Dios! Es elemental no ironizar sobre sus costumbres ni burlarse de sus creencias. Pertenecen a lo más hondo de su ser. Muchos de ellos tienen un sentido de la vida, de la solidaridad, la fiesta o la acogida que enriquecería nuestra cultura. Hemos de evitar todo lenguaje discriminatorio para no despreciar ningún color, raza, creencia o cultura. Cómo humaniza convencerse vitalmente de la riqueza de la diversidad. Ha llegado el momento de aprender a vivir en el mundo como la casa común de todos que tanto le gusta mencionar al santo Padre Francisco  • AE


[1] La razón de denominar epulón al rico no es muy evidente, pero es tradicional, aunque no se le nombra así en el texto evangélico. Epulón es el nombre de uno de los rangos dentro de los cuatro colegios sacerdotales romanos; pero como adjetivo el Diccionario de la Real Academia lo define como hombre que come y se regala mucho. Por otro lado épulos eran los convites sagrados a cuyo cargo estaban los epulones romanos. Posiblemente, la adición del nombre epulón se debe a Pedro Crisólogo, arzobispo de Rávena del siglo V.​

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