El Señor llega hasta nosotros, viene a
nuestro encuentro: le gusta nuestra compañía, sentarse a la mesa y compartir confidencias con los hombres igual que lo hacen dos amigos; busca nuestra
conversación, nuestra atención, nuestra escucha. Abraham, sentado a la puerta
de su tienda, acoge la visita de Dios, se desvive por atenderle ofreciéndole lo
mejor que tiene. En el encuentro surge la palabra que da vida: Dios confirma la
promesa que hizo de que nacería de él un pueblo grande: “Sara va a
tener un hijo”, le dice. De igual manera Dios pasa por nuestras vidas abriéndonos el horizonte de
nuestra existencia, nos involucra en su acción salvadora. Jesús busca estar con
nosotros. En el evangelio de hoy Jesús escuchamos el relato de la visita del Señor a casa de María y Marta. Ambas lo acogen con dos disposiciones
distintas: Marta, desde la acción, se multiplica en el servicio, realiza
muchas tareas sin pararse a pensar si realmente lo que ofrece es acorde a lo
que el huésped desea. María, sin embargo, no se preocupa por obsequiarle, se queda en silencio y sentada a sus pies, escucha. Ante la queja de Marta, Jesús
interviene: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una
es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”. Jesús no
condena la servicialidad de Marta, desea que tenga sentido. Él ha venido a servir y no a ser servido. Tampoco le reprocha su trabajo porque
“El Padre y yo estamos siempre trabajando”. Lo que en realidad Jesús le hace notar es que
el servicio que no se inicia en la escucha de Dios no fructificará y además se
convertirá en una acción estéril, sin efectividad. Para que nuestro obrar tenga
peso ha de confirmarse siempre en la oración, en la escucha de la Palabra, en
el encuentro personal con el Señor. Jesús propone una
nueva mentalidad. Quiere darnos a conocer el misterio de Dios, su gloria, su
riqueza. Sentados a sus pies nos enseña los recursos de la sabiduría para que
lleguemos a la madurez espiritual.
Y María lo entiende, es la amiga de Jesús, la que realiza una experiencia
religiosa sosegada y sin prisas. Su actitud de escucha y comprensión de lo que
Jesús dice la mueve a implicarse con todo su ser a vivir, con toda libertad, lo
que comprende. Se dispone a ver el mundo con los ojos de Cristo, con la
sabiduría divina. Sentada a sus pies, se adhiere y se inserta en en Señor. Estamos invitados esta mañana a hacer lo mismo • AE
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