Aquel maestro de la ley esperaba
que le trazaran los límites exactos de su deber; probablemente no tenía claro a
quién debía tratar como prójimo (o "compañero", que es mejor
traducción). ¿A quién tenía que atender? ¿A los de su familia? ¿A sus hermanos de raza? ¿A otros, tal vez? Jesús le responde una pregunta: ¿Cuál de los
tres te parece que actuó como prójimo? Es como si dijera: "No calcules
para saber quién es tu prójimo; déjate llevar por la llamada de tu corazón y hazte prójimo, próximo a tu herman@ que te necesita". Y es que mientras
consideremos la ley del amor como una obligación, no será éste el amor que Dios
quiere. El amor no consiste solamente en conmoverse ante la miseria del otro. Aquel
samaritano se detuvo a pesar de lo peligroso del lugar, pagó y se comprometió a
costear todo lo que fuera necesario. Más que "hacer una caridad", se
arriesgó sin reserva ni cálculo, y esto con un desconocido. Esta parábola nos
invita a tomar conciencia de que quienes nos creemos cumplidores de la ley en
realidad no sabemos amar bien. Al final, el héroe de la parábola es un
samaritano, alguien que ni siquiera pertenecía a la comunidad religiosa de los
judíos, ellos eran incluso enemigos, aún más: eran herejes. Si Jesús elige un
samaritano es para mostrar que el amor al prójimo está por encima de todas las
diferencias nacionales, raciales o religiosas y de todo tipo. Más claro, ni el agua • AE
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